sábado, 22 de mayo de 2010

LLEGARON HASTA EL JEFE


Agravio a la Nación
LLEGARON HASTA EL JEFE
                                                                                 
            Según las cuentas oficiales, se han perdido cerca de 23 mil vidas humanas en la guerra declarada por el Presidente Felipe Calderón Hinojosa al crimen organizado, beligerancia no autorizada por el Senado de la República.
            Lo que debía ser eficaz y simple aplicación coercitiva del Estado a los sujetos activos de ese delito, el Ejecutivo Federal lo convirtió en una guerra, en donde los resultados son negativos, y los costos muy altos.
            Un problema que requería, para resolverse, de inteligencia, se ha agravado por el corriente y típico empleo de la fuerza, y en donde el choque de las fuerzas es desigual, unas de línea y otras de guerrilla, pero todas entrando, por diversas razones, a una actividad en donde circulan subterráneamente miles de millones de dólares, causa que provoca corrupción entre los contendientes.
            El actual capítulo de ese proceso bélico puede llevar por título El jefe Diego, todo porque ha desaparecido Diego Fernández de Cevallos al dirigirse hacia su rancho en el Estado de Querétaro, dejando huellas de sangre, y habiendo indicios de secuestro. Este hecho es lamentado por todo el mundo oficial y los poderosos del país, pero curiosa y enfermizamente celebrado por infinidad de personas a las que les parece una mala gente el denominado jefe.
            Perverso, malo, regular, bueno, o excelente, basta con que sea ser humano para no desearle ningún mal. Y los poderosos, en este momento, tanto por su riqueza como por su poder político, tanto por su representatividad religiosa como por su condición social elevada, deberían deplorar y apenarse por cada uno de los sujetos pasivos que han sido agraviados por esta equívoca guerra, y no sólo por “el jefe”.
            Desde el primer muerto, llámese como se haya llamado, independientemente de su condición económica, de su sexo, de su edad, e incluso del bando en donde se haya encontrado, debe ser sentida la pérdida de su vida.
            Siempre es aplicable el concepto de John Donne, (1572-1631) poeta metafísico y clérigo inglés de la época isabelina: “La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por eso, cuando doblen las campanas, no preguntes por quién doblan, están doblando por ti.” Y en el presente caso es aplicable lo trascrito.
            Y esa idea debemos hacerla nuestra, ya que refleja con exactitud el humanismo del renacimiento. Ojalá los 23 mil muertos estuvieran vivos, y todo hubiese sido un mal sueño provocado por un descalificado gobierno, ya que cada muerto ha sido un agravio a la Nación, y no sólo la simple desaparición, por ahora, del Jefe Diego.
            No pocos mexicanos se preguntan de quién o de quiénes es jefe Fernández de Cevallos, quién lo hizo jefe de ellos, sirvió para algo esa jefatura, cuánto costó o cuánto cuesta, ¿fue para bien o para mal de la Nación ese liderazgo jefaturado?
            Empero, con independencia de las respuestas que se obtengan de las preguntas formuladas, a Diego Fernández de Cevallos le deseamos que supere satisfactoriamente el problema que vive, y a su familia, sin tener el gusto de conocerla, nuestra solidaridad. Nada hay que justifique los actos delictivos, debiendo aplicarles las consecuencias jurídicas a los sujetos activos del delito, con toda la coercitividad del Estado Mexicano, pero no puede aplicárseles la guerra.