LOGOS
José
María Morelos y Pavón
MIS
FANTASMAS PREDILECTOS
No hacen bien quienes destruyen
pedestales o bajan las esculturas que los seres humanos, por alguna razón, han elevado
y ungido.
Por mi parte, soy fiel a mis héroes, aún
sabiendo que sobrevivo en estas épocas dogmáticas, donde todo lo pasado fue lo
peor, con tal de consagrar al autócrata de moda.
Considero que mis grandes muertos ni son
dioses ni fueron perfectos.
Vivieron, sí, como mujeres y hombres que
trabajaron para mejorar todo lo que en su mundo tuvieron.
Concluido su ciclo vital, la mayoría de
los mexicanos los consagraron como héroes, y el tiempo los elevó o los derrumbó;
y a algunos de ellos les tengo gran estima, aunque ya no vivan, pero forman
parte de mi patrimonio más preciado.
Ellos son mis fantasmas predilectos.
Uno de éstos legó su nombre a mi hermosa
ciudad: Morelia por Morelos.
Aquí nació (el niño a quien bautizaron
como José María Teclo) el domingo 30 de septiembre de 1765, en Valladolid,
acaudalada población a la que él llamó, en confesión poética para confirmar el
sitio de su origen días antes de morir fusilado, “el Jardín de la Nueva España”.
Morelos y Pavón, miembro de familia pobre,
pasó sus primeros 14 años en Tzindurio, ranchería cercana a Valladolid, entre
trabajos de campo y estudios irregulares de pretensión escolar, aportados por
su abuelo materno José Antonio Pavón, con aptitud de maestro.
Muerto su padre José Manuel Morelos, el
carpintero de la región, el adolescente José María tuvo que salir a trabajar a
la Hacienda de Tahuejo, cercana a Parácuaro, Michoacán, con su tío paterno
Felipe Morelos.
Cerca de 11 años duró como arriero entre
la tierra caliente y la capital del obispado. La naturaleza inclemente y
agreste de estas tierras de vientos y lluvias belicosas, formaron su carácter.
En 1789 dijo adiós a la arriería, al
germinar la semilla del estudio que su abuelo había clavado en su alma cultivable.
Logra inscripción en el Colegio de San
Nicolás Obispo, donde como Rector se encontraba Miguel Hidalgo y Costilla, 12
años mayor, éste, que el alumno Morelos, superior en edad entre el escaso
alumnado.
Hidalgo era admirado por su inteligencia
chispeante, amplia cultura, posición económica y reconocimiento social. Morelos
era humilde en todos los órdenes.
Pero Hidalgo cayó de la gracia de los
poderosos del momento, y fue radicado en parroquias de poca monta.
José María logró ser Bachiller de artes
en la Real y Pontificia Universidad de México en 1795, y recibió la tonsura y
órdenes menores al final de ese mismo año, hasta que fue presbítero a los 32
años, y tuvo que ir como cura a los peores lugares de aquel entonces: Churumuco
y la Huacana, acompañándole su madre y algunos de sus hermanos.
Allá enfermó su madre Juana Pavón, y la
envió a Pátzcuaro a la casa de su primo Antonio Conejo. Ahí falleció y está
enterrada, en olvidada tumba, en el cementerio de esa ciudad lacustre.
En 1799 asignaron al cura Morelos a
Carácuaro, pero simpatizó más con los de Nocupétaro (dos pueblos no distantes,
pero distintos), y en éste echó raíces entre la gente.
Como varón, José María encontró su
destino en el grato mundo de la plática entre mujer y hombre, y en el universo
de intercambio de cariños hizo su mujer a María Brígida Almonte, y ella dedicó
sus esfuerzos a la construcción de un nuevo templo, a la organización de la
estructura religiosa y promovió la creación del cementerio, consolidándose,
ambos, como discreta pareja.
Pero, como reflexionó Morelos: “Dios da
y Dios quita”, y en el primer parto murió la madre y llegó el niño, a quien se
nombró Juan Nepomuceno.
Ante la Santa Inquisición reconoció el prisionero
Morelos que sus costumbres “no eran edificantes, pero no fueron escandalosas”.
Desde Nocupétaro, con su hermana Antonia
y su cuñado Miguel Cervantes estableció Morelos, en 1907, una próspera empresa
de transporte de mercancías entre Valladolid y la tierra caliente, teniendo
como socios a dos ricos: Isidro Huarte (suegro de Agustín de Iturbide) y a José
María Anzorena, quien (años después) por instrucciones de Hidalgo expidió el
primer decreto aboliendo la esclavitud en las tierras de la Nueva España.
El llamado de Hidalgo a los habitantes
de esa colonia española sorprendió a Morelos en su ascenso económico y
estabilidad emocional, y debió de haber tenido muchas horas de confusión y ansiedad,
entre seguir con su desarrollo eclesiástico y empresarial, o ir a la guerra
necesaria por la independencia, la libertad, la abolición de castas y la
recuperación de tierras para los indígenas.
En pocas horas decidió con firmeza; y
comenzó su esplendorosa vida militar, legislativa, y de visionario estadista.
Ese personaje que captó los Sentimiento
de la Nación, y luchó por ellos hasta dar su vida, es uno de mis fantasmas
predilectos.
Su ejemplar espectro humano me motiva a
escribir, muy pronto, sobre su gran obra y su temple ante su propia muerte.