lunes, 27 de septiembre de 2021

 LOGOS

José María Morelos y Pavón

MIS FANTASMAS PREDILECTOS

        No hacen bien quienes destruyen pedestales o bajan las esculturas que los seres humanos, por alguna razón, han elevado y ungido.

        Por mi parte, soy fiel a mis héroes, aún sabiendo que sobrevivo en estas épocas dogmáticas, donde todo lo pasado fue lo peor, con tal de consagrar al autócrata de moda.

        Considero que mis grandes muertos ni son dioses ni fueron perfectos.

        Vivieron, sí, como mujeres y hombres que trabajaron para mejorar todo lo que en su mundo tuvieron.

        Concluido su ciclo vital, la mayoría de los mexicanos los consagraron como héroes, y el tiempo los elevó o los derrumbó; y a algunos de ellos les tengo gran estima, aunque ya no vivan, pero forman parte de mi patrimonio más preciado.

        Ellos son mis fantasmas predilectos.

        Uno de éstos legó su nombre a mi hermosa ciudad: Morelia por Morelos.

        Aquí nació (el niño a quien bautizaron como José María Teclo) el domingo 30 de septiembre de 1765, en Valladolid, acaudalada población a la que él llamó, en confesión poética para confirmar el sitio de su origen días antes de morir fusilado, “el Jardín de la Nueva España”.

        Morelos y Pavón, miembro de familia pobre, pasó sus primeros 14 años en Tzindurio, ranchería cercana a Valladolid, entre trabajos de campo y estudios irregulares de pretensión escolar, aportados por su abuelo materno José Antonio Pavón, con aptitud de maestro.

        Muerto su padre José Manuel Morelos, el carpintero de la región, el adolescente José María tuvo que salir a trabajar a la Hacienda de Tahuejo, cercana a Parácuaro, Michoacán, con su tío paterno Felipe Morelos.

        Cerca de 11 años duró como arriero entre la tierra caliente y la capital del obispado. La naturaleza inclemente y agreste de estas tierras de vientos y lluvias belicosas, formaron su carácter.

        En 1789 dijo adiós a la arriería, al germinar la semilla del estudio que su abuelo había clavado en su alma cultivable.

        Logra inscripción en el Colegio de San Nicolás Obispo, donde como Rector se encontraba Miguel Hidalgo y Costilla, 12 años mayor, éste, que el alumno Morelos, superior en edad entre el escaso alumnado.

        Hidalgo era admirado por su inteligencia chispeante, amplia cultura, posición económica y reconocimiento social. Morelos era humilde en todos los órdenes.

        Pero Hidalgo cayó de la gracia de los poderosos del momento, y fue radicado en parroquias de poca monta.

        José María logró ser Bachiller de artes en la Real y Pontificia Universidad de México en 1795, y recibió la tonsura y órdenes menores al final de ese mismo año, hasta que fue presbítero a los 32 años, y tuvo que ir como cura a los peores lugares de aquel entonces: Churumuco y la Huacana, acompañándole su madre y algunos de sus hermanos.

        Allá enfermó su madre Juana Pavón, y la envió a Pátzcuaro a la casa de su primo Antonio Conejo. Ahí falleció y está enterrada, en olvidada tumba, en el cementerio de esa ciudad lacustre.

        En 1799 asignaron al cura Morelos a Carácuaro, pero simpatizó más con los de Nocupétaro (dos pueblos no distantes, pero distintos), y en éste echó raíces entre la gente.

        Como varón, José María encontró su destino en el grato mundo de la plática entre mujer y hombre, y en el universo de intercambio de cariños hizo su mujer a María Brígida Almonte, y ella dedicó sus esfuerzos a la construcción de un nuevo templo, a la organización de la estructura religiosa y promovió la creación del cementerio, consolidándose, ambos, como discreta pareja.

        Pero, como reflexionó Morelos: “Dios da y Dios quita”, y en el primer parto murió la madre y llegó el niño, a quien se nombró Juan Nepomuceno.

        Ante la Santa Inquisición reconoció el prisionero Morelos que sus costumbres “no eran edificantes, pero no fueron escandalosas”.

        Desde Nocupétaro, con su hermana Antonia y su cuñado Miguel Cervantes estableció Morelos, en 1907, una próspera empresa de transporte de mercancías entre Valladolid y la tierra caliente, teniendo como socios a dos ricos: Isidro Huarte (suegro de Agustín de Iturbide) y a José María Anzorena, quien (años después) por instrucciones de Hidalgo expidió el primer decreto aboliendo la esclavitud en las tierras de la Nueva España.

        El llamado de Hidalgo a los habitantes de esa colonia española sorprendió a Morelos en su ascenso económico y estabilidad emocional, y debió de haber tenido muchas horas de confusión y ansiedad, entre seguir con su desarrollo eclesiástico y empresarial, o ir a la guerra necesaria por la independencia, la libertad, la abolición de castas y la recuperación de tierras para los indígenas.

        En pocas horas decidió con firmeza; y comenzó su esplendorosa vida militar, legislativa, y de visionario estadista.

        Ese personaje que captó los Sentimiento de la Nación, y luchó por ellos hasta dar su vida, es uno de mis fantasmas predilectos.

        Su ejemplar espectro humano me motiva a escribir, muy pronto, sobre su gran obra y su temple ante su propia muerte.