La narración histórica de los hechos
por parte de Carlos María de Bustamante siempre la he apreciado cargada de
subjetivismo; sin embargo, en su trasfondo existen cosas de un realismo
indiscutible. Tal es su carta dirigida el 4 de enero del año 1814 al “Señor Generalísimo don José María Morelos”.
En ella expresa su sentir sobre el
trauma del desastre militar ocurrido a las fuerzas militares encabezadas por
Morelos en la ciudad de Valladolid en las jornadas del 23 y 24 de diciembre del
1813: “La experiencia ha hecho ver que
nuestras tropas no están todavía en estado de batirse campalmente con tropas
tácticas europeas, pues para esto necesitan recibir una disciplina y
aprendizaje que las circunstancias no han permitido darlas… su ejército, el
cual, apostado ventajosamente, gastará insensiblemente la fuerza que le ataque
hasta la llegada del ejército anglo-americano… le aconsejé que ni… emprendiese
cosa alguna sin el auxilio de los anglo-americanos, de quienes necesitamos para
ser libres, así como ellos necesitan de los franceses… Creo que todo lo que sea
desviarse de estos principios, será perderse o exponerse”.
Recordemos, con esto, que el deseo
ferviente de José María Morelos era que la Constitución se aprobara y se
firmara en Valladolid por parte del Congreso del Anáhuac, aquella que fue
firmada y aprobada en Apatzingán después de la derrota militar que sufriera en
su propia tierra el Siervo de la Nación, en donde perdió, conforme a su propia
confesión, uno de sus preciados brazos: Mariano Matamoros y Guridi.
Y es que la técnica militar de
Morelos, tan apreciada en el exterior de la Nueva España, era artesanal,
apropiada para las zonas agrestes, de tipo guerrillero, eficaz para destruir a
un sistema, pero no para sostener a la estructura gubernativa de una nueva
organización nacional, y por eso consideraban algunos que era indispensable el
auxilio del ejército gringo. Claro
que el señor Morelos dejó de traer, tras sí, muchedumbres al tipo de Miguel
Hidalgo; su ejército fue de soldados, en unidades no mayores a los mil o tres
mil elementos, pero faltándoles, por razones obvias, la eficacia del arte de la
guerra de esos tiempos. Por eso con menos soldados Iturbide y Llano lograron
vencerlos en las inmediaciones de Valladolid, provocando su retiro de esa
plaza.
Ante esa derrota Ignacio López Rayón
señaló con crueldad inusitada: “… es
conveniente mandar a Morelos a decir nuevamente misa…”, porque no era el
señor Morelos el que estaba fracasando, sino la nueva forma de organización que
tomó la insurgencia, la que no correspondía a las exigencias de aquel momento
bélico: quitarle el mando unipersonal a Morelos, para entregar el Supremo
Congreso a José Sotero Castañeda, el Supremo Gobierno a Ignacio Alas, y el
Supremo Tribunal de Justicia a José María Ponce de León.
Empero, ante la pérdida de su
caudillaje, Morelos fue congruente a su ideal de legalidad, aceptando sólo ser,
con un puñado de hombres, custodio del gobierno insurgente establecido.