LOGOS
¡Al
carajo!
PALABRAS
CONTRA TODO RAZONAMIEMTO
Enviar a alguien “¡al carajo!” significa
muchas cosas, pero todas ellas despectivas, y poco recomendables para el uso de
personas de significativa responsabilidad.
El presidente Andrés Manuel López
Obrador la ha utilizado muy seguido, y cada vez con más odio.
Por ello me permitiré recordar los
significados de dicha expresión, tomados de los diccionarios enciclopédicos de la
Editorial Aguilar y del Larousse.
Mandar a alguien al carajo significa
“transferir a alguien o a algo al miembro viril”, “despedirlo con malos modos”,
“denota mucho enfado”, “insulto grave”, “dirigirlo al lugar más despreciable”.
Esa frase, poco apropiada para un
presidente de la República que representa a todos los mexicanos y debe
atenderlos a todos, rompe cualquier intento de diálogo, denotando nulo
razonamiento.
De por sí, el presidente Andrés Manuel
en muchas ocasiones trata asuntos de grave importancia, pero, al improvisarlos,
los descoyunta política e ideológicamente.
Su pensamiento político tiene una
retórica de frases populares; sin embargo, está carente de una base filosófica
sólida, y obligada, para una transformación como la que pretende.
Ha roto, con su diario decir, la idea
válida de que un presidente no divide a los mexicanos, sino que los suma a
todos, debiendo multiplicar su buena relación con ellos por bien del país, pero
no restarlos.
A todos los que escribimos, o hablamos,
nos pierden las adjetivaciones, más cuando éstas no describen con toda
exactitud las características de las personas o cosas a las que hacemos
referencia.
Pero no todos tenemos la extraordinaria
responsabilidad de titular del poder ejecutivo federal, de una nación como la
nuestra.
Recién, nuestro presidente, acaba de
apostrofar a todos los que critican su estrategia de seguridad: “cretinos,
desinformados e hipócritas”; y agregó, sin la existencia de un hilo lógico al
respecto: “¿por qué se nos va a olvidar que Felipe Calderón se robó la
presidencia?”
Ahí mezcló dos cosas sin relación
directa.
López Obrador tiene la responsabilidad
de la política de seguridad pública, en su calidad de presidente; además,
recordemos que el Estado tiene como primera razón de su existencia dar
seguridad a toda la población, conforme a derecho, independientemente de si
Felipe se haya robado o no la presidencia.
Si con decirles a sus críticos en esa
materia de seguridad, “cretinos e hipócritas”, garantiza la paz y orden
jurídico en el país, que se los diga mil veces, pero esas palabras insultantes
no sirven para ese buen fin.
Y según las cifras duras respecto a la
inseguridad pública, ni los abrazos ni los balazos han dado el resultado que se
busca, que se necesita y que se desea.
La confusión forma parte de la
estructura discursiva del presidente López Obrador, tan es así, que ahora
propone que ya no se le diga “el triángulo dorado” a ese enclave de varios
estados del país, sino que se denomine “región de gente trabajadora y
honorable”.
Si con sólo palabras se pudiera cambiar
la realidad, los problemas serían fáciles; pero, objetivamente nuestras
dificultades son difíciles.
Juan Manuel Serrat puso de moda el poema
de Antonio Machado: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
Sí, es cierto, se hace camino al andar,
pero también se hace camino al pensar, al hablar, al hacer.
Y en el México de hoy, el hacer bien las
cosas es básico para resolver esos graves problemas a los que me refiero.