LOGOS
Obviedades
embrolladas
SOFISTA
AUTÓCRATA EN ACCIÓN
“Todos los delincuentes violentos
también son seres humanos y, por ende, los integrantes de las bandas criminales
tienen derechos humanos, y debemos protegerlos”, tal afirmación expresada por
el presidente Andrés Manuel López Obrador es cierta, además de ser obvia, como
parte de una verdad jurídica.
Es cierta, dado que el primer párrafo
del artículo primero de nuestra Carta Magna ordena: “En los Estados Unidos
Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en
esta Constitución…”
Y todas las personas son todas: ricas y
pobres, mujeres y hombres, niños y ancianos, educados y analfabetas, religiosos
y ateos, extranjeros y mexicanos, humanos de bien y delincuentes; es decir,
todas.
Así
que lo dicho por Andrés Manuel es una obviedad.
Empero, si esa obviedad se retuerce, en
el campo del derecho, entonces obtendremos consecuencias inconstitucionales.
Explicaré.
Los derechos humanos se encuentran
garantizados, formalmente, en los primeros 29 artículos de la constitución, y
no son abstractos, sino concretos; tampoco son ilimitados, ya que son limitados
por la propia carta magna, pero sobre todo instituyen todos los procedimientos
penales, los órganos competentes para aplicarlos, las bases para la
tipificación de los delitos, las consecuencias penales para los delincuentes, y
de manera especial da los fundamentos respecto al crimen organizado.
Nuestro sistema jurídico no permite que,
a los delincuentes, el estado, el gobierno y las autoridades que lo
representan, les den abrazos y besos, en lugar de cumplir con sus deber
constitucional frente al criminal.
Las autoridades sólo pueden hacer
aquello que el derecho les permite, a diferencia de los particulares que
podemos hacer todo aquello que no nos prohíba la norma jurídica.
Hay funcionarios competentes para
garantizar la seguridad pública, unos, para ejercer la procuración de la
justicia otros, otros más para administrarla, y algunos para ejecutar las
sentencias que imponen penas.
Y el derecho es coercitivo por
naturaleza, y la fuerza del estado debe saberse aplicar apegada a las normas
jurídicas.
Lo preocupante es que el presidente
viole, una día sí y otro también, el sistema jurídico mexicano, y que hasta se
jacte de ser un contumaz transgresor, amparado por el fuero constitucional que
tiene.
Porque es una mentira que le hayan
quitado el fuero. Léase el artículo 108 constitucional, y ahí se encuentra la
regulación de ese fuero presidencial.
Si el presidente Amlo está cuidando
excelentemente a los delincuentes, ¿quién va a cuidar a quienes no son
delincuentes?
De otra manera: ¿debemos ser
delincuentes para que el presidente de México nos cuide?
Como
candidato a la presidencia, López Obrador dragoneaba de ser un político de
amplia experiencia, y de tener todas las soluciones a los problemas de México
en sus manos; pero, ahora, ha resultado que sólo tenía una algarabía de
principiante, con una ambición sin límites para concentrar el poder, aliándose
con los delincuentes.
Otra de sus obviedades adulteradas es la
constante y vieja frase de: “primero los pobres… siento amor por el pueblo y a
él me debo”.
Lo que busca es el amor del pueblo pobre
para él. Le importa mucho que la gente pobre lo quiera; y, para ello, necesita
que la población sea pobre.
Por eso, hace todo lo que está de su
parte para provocar que los pobres sean más, pero sobre todo que sean más
pobres. Los empobrece dándoles dinero, y no dándoles trabajo bien remunerado.
Si alguien los saca de la pobreza, López
Obrador pierde automáticamente su clientela.
La educación es, actualmente, la mejor
vía para abandonar la pobreza; por ello, no le interesa la sólida educación,
sino únicamente el maniobreo informativo con sentido electoral y dogmático.
Al trastocar esas obviedades, el sofista autócrata Andrés Manuel López Obrador entra en acción perversa.