LOGOS
¡Eureka!
UN KILO DE FELICIDAD Y UNOS ZAPATOS
Llama
la atención que el presidente Andrés Manuel López Obrador asevere, aunque con
indecisiones: “voy a proponer un nuevo modelo que sustituya al PIB, para que se
mida la felicidad del pueblo”.
Semanas después afirma: “Está bien el PIB para medir el
crecimiento, pero también debe medirse el desarrollo, considerando sobre todo
la felicidad del pueblo”.
AMLO no sabe qué pretende, o no sabe decir lo que desea.
Una cosa es sustituir al PIB (lo que no le compete), y otra
cosa diferente es que al PIB se agregue (como nuevo parámetro o inédita
perspectiva) el considerar la “felicidad del pueblo”.
Empero, para cualquiera de esos dos propósitos, debe
previamente entender que el “PIB” (siglas del producto interno bruto de un país)
es un instrumento indicador de carácter macroeconómico, que se emplea para
medir el comportamiento general y las dimensiones de la economía en niveles
nacionales, en un lapso determinado.
Así, miden
con valor monetario todos los bienes y servicios producidos por la población de
un estado soberano, en un espacio y en un tiempo.
Eso fue
lo que estructuró y desarrolló el economista ruso estadunidense Simón Kuznets
(1901-1985), y lo que motivó que en 1971 le otorgarán el Premio Nobel en economía.
La
estructura inicial para esa medición ha venido cambiando ante un fenómeno
económico que (de aquellas fechas al 2020) tiene, y sufrió, transformaciones
inusitadas.
Empero,
por más cambios que experimente, siempre medirá el valor de los bienes y
servicios producidos: automóviles, pantalones, libros, casas, aguacates; o
servicios médicos, turísticos, educativos, jurídicos, o domésticos.
Bienes
y servicios que se pueden medir por metros, por kilos, por litros, por tiempos,
espacios, cantidades, calidades, materias, o personas.
Y… ¿la
“felicidad” existe?
Sí, como palabra gramatical, y como concepto lógico; palabra
y concepto que nombra y conceptualiza un cierto estado anímico concreto y
específico de cada persona, motivado, sobre todo, por la conjunción armónica
del individuo humano y su circunstancia social.
Pero la
“felicidad”, como tal, no puede ser parámetro para el PIB, el que sólo mide
monetaria y macroeconómicamente los bienes y servicios que un país produce en
un cierto lapso.
La
“felicidad” no se mide en dinero, aunque sea en dólares, la “felicidad” no es
elemento macroeconómico, la “felicidad” no es ni bien ni servicio producido por
el trabajador y el capitalista y sujeta a oferta y demanda en libre
concurrencia, la “felicidad” no se produce como mercancía para que se reparta
por kilos, por metros, por litros.
El
“pueblo” es una ficción y, como tal, no puede ser feliz ni infeliz, pues eso
corresponde exclusivamente a cada ser humano.
Es tan
personalísima “la felicidad”, que recuerdo a ese personaje del escritor griego
Nikos Kazantzakis (1883-1959), llamado Alexis Zorba, quien logró con su astucia
embrollar a un joven con dinero, de ideas socialistas, en el encantador
proyecto de reabrir una vieja mina de lignito en Creta.
Y
cuando todo el andamiaje se cae, derrumbándose la mina, Zorba grita y baila:
“Qué hermosísimo caos, patrón, que destrucción tan grandiosa. Estoy lleno de
felicidad”.
Quiera
el destino que nuestro AMLO, no vaya a dejar a México en el desastre, y vaya a
ser el Zorba mexicano que grite ¡eureka!: “Como anillo al dedo”, qué
“felicidad”, qué caos tan hermoso; y con un viejo eudemonismo afecte a la
economía de México.
¿Será
feliz cada mexicano?, cuando sabe por el INEGI que la corrupción ha crecido en el
ejercicio de AMLO; ¿será feliz cada mexicano?, al percibir que la inseguridad y
los asesinatos han crecido en la administración de AMLO; ¿será feliz cada
mexicano?, cuando comprende que nuestra economía está bajo cero con AMLO; ¿será
feliz cada mexicano?, al observar que nuestra educación, en tiempos de AMLO, va
en acelerado descenso.
A esas
interrogantes es necesaria una respuesta honesta.