LOGOS
Encarnizada discordia
DOS AMIGOS CLARIDOSOS
El católico inglés John Emerich Edward Dalberg-Acton
(1834-1902), historiador y político, fue quien expresó en una carta dirigida al
obispo Mandell Creighton: “El poder corrompe, y el poder absoluto corrompe
absolutamente”.
El Barón de
Acton se refería al poder de los Papas en la historia, porque concentraban el
poder en todos los órdenes.
Empero, hoy,
en nuestro mundo, el poder se maneja de diferente manera.
Por ejemplo,
en los Estados Unidos de América en 2024, el poder se distribuye en forma más
amplia; en cambio, en China y Rusia el poder se concentra en un líder por
tiempo considerable.
El
presidencialismo actual, en México, se desprende de la época del presidente
Plutarco Elías Calles; quien en su generación y con sus leales declaró
concluido el tiempo de los caudillos, y el inició de las instituciones.
Y es que
después de la Revolución del 1910 y de la Constitución de 1917, para sacar a
alguien del poder había que matarlo. Así, nuestros caudillos fueron asesinados
uno tras otro.
El
presidente Calles dejó la presidencia. Ya no hubo reelección; sin embargo,
Calles abandonó la presidencia, pero conservó el poder, poniendo a su antojó a
sus sucesores: Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L Rodríguez y Lázaro Cárdenas del
Río.
Lázaro
Cárdenas del Río ya no tuvo que asesinar a su mentor Plutarco Elías Calles,
sino sólo lo expatrió, enviándolo a EU.
Desde Manuel
Ávila Camacho a Gustavo Díaz Ordaz, los expresidentes, con sus rasgos
personales y su discreción política, vivieron donde les dio la gana.
Luis
Echeverría Álvarez fue un caso especial, su amigo personal y sucesor José López
Portillo y Pacheco tuvo que sacarlo de México, enviándolo de embajador a las
Islas Fiyi, el país del mundo que es el primero en celebrar cada año nuevo.
A partir de
ahí todo iba más o menos bien para los expresidentes, hasta que llegó a la
presidencia de la república Andrés Manuel López Obrador, quien con su odio
sórdido, y su ambición dictatorial, los hizo huir de México, salvo Fox, quien
sigue en su rancho; y el caso especial de Carlos Salinas de Gortari, quien tuvo
que cambiar hasta de nacionalidad.
La situación
de Andrés Manuel López Obrador, como expresidente, no deja de ser ambigua y
delicada.
En
principio, su coquetería frente a su posible reelección presidencial estuvo a
la vista; pero todo le ha salido tan mal que, acaso, ni siquiera le alcance
para un débil maximato. De ganar su marioneta y corcholata Sheinbaum (cosa cada
vez más difícil), ésta puede deshacerse de él fácilmente.
Sembró tanta
división y enemistad, en la población, que no puede ya tener una vida tranquila
el presidente López, ni en México ni fuera del país. Ni el nombre de su rancho
lo protege, de todo lo que le espera.
La mayoría
de sus amistades en 2018 han dejado de estimarlo.
Por ejemplo,
se siguen llamando amigos Ricardo Salinas Pliego y Andrés Manuel López Obrador,
y en ese enlace se han dicho de todo.
Andrés
Manuel encontró en Ricardo la horma de su zapato.
El
presidente le dijo a su amigo Ricardo desde su inconstitucional conferencia
maña-nera: “Debes al SAT cerca de 63 mil millones de pesos, a pesar de que te
he hecho descuentos”. ¿Desde cuándo el presidente es notificador del SAT?, y,
con qué atribuciones jurídicas el presidente puede hacer descuentos a los
contribuyentes?
Ricardo
Salinas respondió: “El grupo salinas paga cantidades obscenas de impuestos; y
el gobierno nos ha venido extorsionando a los empresarios. El gobierno es el
problema, y frente a sus robos, nosotros somos sólo niños de pecho”.
Su amigo el
presidente exhibió el barco de Ricardo, a todo color en su gran pantalla
presidencial, y aseveró: “Si yo tuviera ese barco me daría pena, me daría mucha
vergüenza”.
Y de
inmediato Ricardo le responde: “Mi yate es mi juguete, pero lo compré con mi
dinero. Me costó 150 millones de dólares. Lo gozo con mi familia, con mis
amigos. Me da orgullo disfrutar mi yate y mi dinero. Pero el juguete de Andrés
Manuel es el tren maya, por el que se destruyó la selva yucateca; y ése, su
juguete, lo paga con el dinero del pueblo, costándonos a los contribuyentes 35
mil 500 millones de dólares. Un tren que falla y no funciona bien. Con el
precio de ese tren, juguete de Andrés Manuel, se compran 226 yates como el mío.
Tener un tren como juguete, esto sí que da mucha pena”.
¡Ah!, qué encarnizadas
discordias entre dos amigos claridosos.
Y si así son
sus amigos, ¿cómo serán sus enemigos?, los que se cuentan por decenas de
millones.