La Noche Triste, en la historia de
nuestro país, acontece el 30 de junio del año 1520 en la Gran Tenochtitlán, y
en su Segunda Carta de Relación relata Hernán Cortés al Emperador Carlos V:
"... peleamos desde la mañana hasta el medio día, y nos volvimos con harta
tristeza... nos hacían mucho daño... E así quedaron aquella noche con
victoria... habían muerto 150 españoles y 45 yeguas y caballos, y perdido todo
el oro y joyas, y toda la artillería... E de ahí salí yo muy mal herido en la
cabeza de dos pedradas... aquella noche salimos sin saber camino ninguno ni
para dónde íbamos..."
Bernal Díaz del Castillo, o quien haya
sido quién escribió la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
según la duda que ha sembrado Christian Duverger en su libro Crónica de la
eternidad, describe esa noche: "... Pedro de Alvarado, que como Cortés y
los demás capitanes... se les saltaron las lágrimas de los ojos... todos los
puentes y calzadas estaban llenas de guerreros".
Esa noche triste lo fue para los
españoles en su ambición de conquista, pero debió ser de alegría para el pueblo
azteca por su acción eficaz liberadora.
No hay duda que cada vez que han
fracasado las fuerzas extranjeras hegemónicas, en su intento de dominar a
México, han tenido que sufrir su noche triste; y, en cambio, nuestro pueblo
vive en ese momento su alegría.
Y no es que nos alegre el mal ajeno,
sino nos alivia y satisface el no ser víctimas de los invasores que, con socios
o cómplices nacionales, desean obtener, a su provecho, nuestros recursos
humanos y materiales.
Entendamos que vivimos nuevos tiempos.
El 2013 no es igual que el 1520; empero, hoy como ayer sigue habiendo
dominadores y dominados, pobres y ricos, explotados y explotadores, con
variantes que el simple desarrollo impone.
La riqueza, como producto del trabajo
socialmente organizado, no se encuentra debidamente repartida, por injusticia,
es cierto, pero sobre todo por torpeza.
"Moderar la opulencia y la
indigencia" es un Sentimiento de la Nación pendiente, a 200 años de haberlo
hecho suyo Morelos en ese prometedor 14 de septiembre del 1813, ante el
Congreso de Anáhuac.
Ese sentimiento no es chauvinista ni
xenofóbico, ni siquiera es bandera de un nacionalismo arcaico. Nada tiene de
patriotero el desear y trabajar por un mejor reparto de la riqueza, tanto entre
países como seres humanos.
La globalización como un hecho real que
tiende a borrar muros y fronteras, nacionalismos y etnias de supuestos pueblos
escogidos, no puede ser ajena al humanismo del renacimiento, etapa histórica
que aún no concluye con el pleno desarrollo de sus valores aportados.
Para que no haya noches tristes, no debe
haber conquistadores ni explotadores. La alegría es patrimonio de todos,
siempre y cuando el patrimonio sea con justicia repartido.