Salvo el maestro Rafael C. Haro, en mis
años escolares de preparatoria en el Primitivo y Nacional Colegio de San
Nicolás de Hidalgo, el resto de nuestros profesores de filosofía simplificaban
al máximo la historia de estas doctrinas.
Nos enseñaron que sólo había dos
corrientes filosóficas: materialistas, la primera; y, la segunda, la de los
idealistas. La primera observaba bien la realidad, y por ello los materialistas
eran revolucionarios; mientras la segunda era la de los reaccionarios que
distorsionaban siempre la verdad.
Mi inquietud por la filosofía me hizo
adquirir los siete tomos de la Historia de la Filosofía de la Academia de
Ciencias de la URSS, bajo la redacción de Dynnik, Iovchuk, Kedrov, Mitin, y
Trajtenberg, con la traducción directa del ruso realizada por José Lain y
Adolfo Sánchez Vázquez. Ahí empecé a leer todo lo que decían de Sören
Kierkegaard, (1813-1855) que en realidad era muy poco, y muy adjetivado por el
dogmatismo soviético de ese entonces: "En la filosofía francesa
reaccionaria... tiene lugar un incremento del irracionalismo... se fortalece la
influencia del irracionalismo de Kierkegaard... y al mismo tiempo se incrementa
la búsqueda de un tercer camino en filosofía, supuestamente situado por encima
del materialismo y el idealismo".
Agregando, además, la academia soviética
que: "A partir de Kierkegaard, precursor del existencialismo, determinados
representantes de la filosofía burguesa viraron hacia la existencia humana
"concreta", hacia la "vida"... El existencialismo elogia a
su predecesor Kierkegaard... La concepción histórico-filosófica del
existencialismo es ajena a la ciencia y a la razón, al humanismo y a la
democracia". ¡Vaya conclusión tan cuadrada!
El maestro Haro, en cambio, nos mostró
filosóficamente todo un abanico de posibilidades, sin ningún dogmatismo; y nos
hizo observar que Kierkegaard era el hijo angustiado de un padre atormentado
por sus reales o supuestos pecados, conduciéndolo a llenarse de visiones
profundas que repercutieron en su forma de hacer filosofía.
Su visión de la vida fue a partir de su propia
angustia, para, de su existencia concreta, formular inductivamente principios
de carácter genérico.
Seguramente su percepción no es válida
para todos ni para todo, pero no deja de ser un interesante aporte de un
talento expresivo.
Desde Morelia, ciudad de la cultura,
recordemos a Kierkegaard, cuando Dinamarca, su país natal, y toda Europa,
celebra el bicentenario de su natalicio.
Sus obras dan cuenta de sus pensamientos,
entre otras: O lo uno o lo otro, Prosas, El amor y la religión, El concepto de
la angustia, Diario de un seductor, Los estadios eróticos inmediatos o lo
erótico musical, Estética y ética, Mi punto de vista, Diapsalmata, Temor y
temblor. Miguel de Unamuno estudió danés para traducir estos libros.
Nada nos cuesta, ahora, leerlo y/o
releerlo, para tener de sus textos un criterio propio, ajeno totalmente a todo
dogmatismo. Sigamos su pensamiento: "Tengamos unos ojos de corto alcance
para lo que nada vale, y unos ojos plenos de claridad para el valor de la
verdad".