El
problema central de México es el económico, no el electoral. Los esfuerzos que
hacen muchos disidentes, y el tiempo que invierten en cuestiones de política
post-electiva, son merecedores de mejores propósitos.
El
sindicato mexicano de electricistas y el "yo soy 132" empobrecen sus
posibilidades al enfocarse casi en exclusiva a la nulidad de una elección
federal, al odio visceral en contra del PRI, y a un prejuicioso repudio
orientado hacia el candidato triunfador a la Presidencia de la República
Enrique Peña Nieto, cuando los problemas del pueblo de México son otros.
En
realidad, las dificultades más graves por las que atraviesa todo el mundo son
de otra naturaleza y de diferente calibre. Así que los grupos opositores en
nuestro país marchan por un camino, y el pueblo por otro.
Uno
de esos conflictos peligrosos es el económico, tanto en Europa como en África,
en Asia como en América. Oceanía no se exime de esos apuros; y, donde quiera,
la clase trabajadora es la que carga con los mayores agravios.
Obvio,
los trabajadores sin trabajo, pero con hambre. Los obreros sin escuela; ¡vamos!,
los condenados de la Tierra.
Y
sus voces suenan, aunque no los escuchen; y valen, aunque los ricos y los
poderosos no las sepan apreciar.
"Este
sistema nos ha defraudado a todos los trabajadores”, dicen en España. "Amplio rechazo por nuestra parte a la reforma laboral",
aseguran en México los desempleados. Claro que nuestro Distrito Federal no es
Madrid, pero los dos tonos y los dos corajes son bien parecidos en ambos
pueblos hermanos.
En Atenas, en Italia, en Francia, ha habido ya despidos
laborales que presagian estallidos obreros. Grupos populares gritan y enarbolan
pancartas escritas en sus idiomas respectivos: “políticos incompetentes que
impulsan los despidos improcedentes”.
Y ello provoca que los estudiantes se manifiesten con
violencia, denunciando que “la educación empeora”, y las escuelas no aceptan a
todos los aspirantes.
En Grecia resuena una voz razonando: “La reforma laboral
es la excusa perfecta de un gobierno manejado por los hilos de la banca y de
las grandes corporaciones para cambiar nuestras condiciones de vida”.
Tras una década trabajando en la educación pública, una
maestra de educación especial de 37 años observa desde su puesto de trabajo en
España: “los mercados deterioran día a día los servicios públicos que recibe la
ciudadanía. Antes, cada profesor tenía bajo su cuidado a cinco niños con
discapacidad. Ahora hay algunos que tienen ocho o nueve. Y eso, evidentemente,
repercute negativamente en la atención que damos”.
Agregando que “este sistema nos ha defraudado a todos. Lo
único que nos queda es contagiarnos los unos a los otros los ánimos para
cambiar las cosas”.
“Hay que cambiarlo todo. Este sistema está podrido de
cabo a rabo. Incluidos los sindicatos, que están más cerca de los gobernantes
que de los gobernados”, concluye un obrero de la construcción en Roma.
Y, así, agosto se
acaba; mientras, los obreros sufren.