Simple y profundo
EL TALENTO DEL
ESCLAVO ESOPO
Una hermosa fantasía ha llegado a ser la
figura de Esopo. Seguramente hubo alguien con ese nombre durante el siglo VI
antes de nuestra era, a quien le gustaba sintetizar en fábulas breves la
sabiduría de la humanidad de su tiempo.
Acaso su expresión oral era tan
atractiva como su decir escrito, pues se le señala como franco poseedor de un
encanto especial en sus palabras. Todos los que sobre él escriben, indican que
fue un esclavo, quien ganó su libertad por el brillo de su inteligencia.
Empero, nadie de los que dejaron algo
escrito sobre ese personaje lo conoció de manera directa. Todo su registro se
basa en las oídas que fueron pasando de generación en generación.
Ni Heródoto, ni Platón ni Heraclides ni
Fedro lo conocieron personalmente. Y los pocos datos biográficos que cada uno
de ellos nos ofrecen de Esopo son tan contradictorios que conducen a la confusión
y a la duda.
Pero ellos, como el resto de las
generaciones que han seguido recordando a este fabulista, han modelado el
perfil del literato como han perfeccionado su artística y conceptuosa
narrativa. Así que el hombre y su obra, como las piedras pulidas por las
turbulencias del los ríos, se han convertido en extremadamente estéticos.
Las plumas y voces humanas suelen, con
su generosidad y la marcha de los siglos, esculpir figuras y libros de soberbio
embrujo.
Tal es el caso de Esopo. Como ejemplo transcribo
una de sus alegorías narrativas, la renombrada EL LEÓN, EL ASNO Y LA ZORRA: "El león, el asno y la zorra, una
vez que hicieran comandita, salieron de caza. Como cobraron muchas piezas, el
león mandó al asno que hiciera el reparto. Éste hizo tres partes y les invitó a
escoger. El león indignado dio un salto y lo destrozo; luego mandó a la zorra a
hacer el reparto. Ésta reunió todo en una parte y, dejándose un poco para ella,
rogó al león que escogiera. El león le preguntó quién le había enseñado a
repartir así; a lo que la zorra le contestó: la desgracia del asno".
Esta fábula muestra que los hombres se
vuelven comedidos ante el infortunio de los vecinos, o que los inteligentes y
astutos aprenden pronto de la desgracia ajena.
Esos pequeños cuentos que tienen como
personajes a miembros del reino animal son aleccionadores. Enseñan para la vida
cosas prácticas de gran utilidad.
Si reuniéramos las más de 390 fábulas de
Esopo en un libro escolar, de obligada lectura, aprenderían nuestros escolapios
sobre estos temas vitales más de lo que al respecto han asimilado en las clases
aburridas y ordinarias.
Genera tristeza, e indignación, que el
gobierno federal, con el dinero de nuestros impuestos, obsequie centenares de
bibliotecas bien equipadas, con hermosos y edificantes textos, y que estos
libros, en donde va esa literatura de Esopo, se echen a perder en los paquetes
embodegados llenos de ratas, cucarachas y humedades.