Durante toda mi vida he tenido la suerte
de escuchar magníficos discursos y, además, bien leídos. A quienes los leen, no
se les debe llamar oradores, sino sólo lectores de discursos, ya sean ajenos,
ya sean propios.
No toda la gente gusta de la oratoria,
ni para ejercerla ni para escucharla. La mayoría de las personas valoran, sí, a
quien sabe expresarse de manera oral, con claridad y exactitud.
Pero, independientemente de lo anterior,
el discurso y la conducta del individuo deben tener congruencia entre sí. Mal
hace quien predica la honradez y no es honrado; quien elogia el estudio y no
estudia; quien aboga por el trabajo y no trabaja.
"Hechos, no palabras", indica
una vieja sentencia que sigue vigente hasta nuestros días. "Por su hechos
los conoceréis", establece la expresión bíblica, tan anónima como
colectiva.
Total, el uso de la mentira convertido
en costumbre degrada a quien la expresa, y a la sociedad que la admira.
"Qué inteligente es, se ha hecho rico engañando a los demás", dicen
algunos que califican a los ganadineros de su tiempo.
Hay otros cínicos que, al estilo del
ladrón que grita "ahí está el ladrón", señalando a cualquier persona
presente para que nadie observe su propio robo, denuncian a otro como
mentiroso, con el exclusivo propósito de encubrir su personal embuste.
En estas cuestiones de la verdad y la
mentira debemos distinguir a quien defiende su certidumbre, creyendo en
conciencia que es verdad, aunque a la larga resulte falsa; diferenciarlo de
quien anuncia como verdad lo que sabe en conciencia que es mentira.
La clave para hacer este apartamiento es
la honestidad que se tenga para manifestar lo que se diga; empero,
incuestionablemente, el hacer y el decir en un ser humano deben reflejar
congruencia.
Por eso la congruencia es un valor que
debe apreciarse. Desde mi perspectiva respeto mucho a quienes observo que son
coherentes, e insisto conmigo mismo para tener márgenes aceptables de acordes
lógicos entre el hacer y el decir.
Sólo en el mundo de la literatura la
creación permitida da lugar a quimeras, a productos imaginarios de todos los
tipos.
Gabriel García Márquez, en Extraños
peregrinos, nos obsequia, para el caso, un concepto digno de análisis:
"Los recuerdos verdaderos parecían fantasmas, mientras los falsos eran tan
convincentes que sustituían a la realidad".
Y es que la realidad en la mundo de la
literatura tiene otra naturaleza, tanto en la novela como en la poesía, en
donde las remembranzas son los espectros que subyacen en cada expresión
retórica de la obra creativa.
Creaciones artísticas del lenguaje
aparte, nos es necesario, más que nunca, fomentar la cultura de la verdad.
Tener respeto por lo que dicen los
otros. Oír lo que nos expresan, pero observar muy bien lo que hacen para ver si
son congruentes. En la inteligencia de que siempre es más importante hacer que
decir.