LOGOS
Nos
ofreció sueños
Y NOS
ENTREGA PESADILLAS
Cuando un presidente regala, hoy, el
dinero del erario con propósitos electorales, está sembrando, para la nación,
el hambre del mañana.
La economía mexicana está teniendo uno
de sus peores momentos. La inflación se encuentra imparable; sólo la rebasa la
trágica inseguridad pública que padecemos.
Nuestros peligrosos problemas, siendo un
asunto interno, se han convertido en noticias internacionales.
El papa Francisco ha clamado, y
reclamado, desde El Vaticano: “Estoy consternado por tantos asesinatos en
México, que causan un sufrimiento inútil. Estoy cerca, en afecto y oración, de
la comunidad católica que sobrelleva está tragedia”.
Lo que pasa es que esa tragedia no es
exclusiva de los católicos. Esta desventura no es únicamente para los 130
millones de mexicanos, sino que la estamos exportando y compartiendo con la
población de muchos países.
Los abrazos decretados por el presidente
Andrés Manuel López Obrador como el eje de la política mexicana de seguridad
pública, se convierten en balazos asesinos que matan en territorio nacional, y
también allende de nuestras fronteras.
Y por más que el presidente les eche la
culpa a sus antecesores, el recurso de los proclamados abrazos ha provocado más
delitos y asesinatos que los viejos balazos.
Lo balazos y los abrazos, tan opuestos
entre sí, han sido tan inútiles como perversos. Tan malo el pinto como el
colorado.
No olvidemos que los padecimientos
naturales y sociales se encuentran globalizados, frente a los ojos de
provincianos tabasqueños, ante la mirada de rancheros sonorenses, o delante a
la vista de pueblerinos del bajío.
La mundialización, más la masividad
poblacional del planeta, están induciendo una excitación migratoria en todos
los continentes de la Tierra.
Emigran de países pobres, inseguros y
violentos, por razones obvias. Pero, también, emigran mexicanos dentro de
nuestro territorio, por esos mismos motivos de hambre, violencia e inseguridad.
Inmigran, todos los que lo logran, a
sitios más seguros, pacíficos y con mayores posibilidades de desarrollo
económico.
De agrandarse las olas migratorias en
todo el mundo, aceleraríamos el mestizaje global, en todos los órdenes, y se
aplicaría velocidad a cambios económicos impredecibles, más si se generan
guerras y/o se descompusiera el medio ambiente que nos permite la vida en el
planeta.
De cara a todo ello, nuestro actual
presidente mexicano no da el ancho ni el largo ni la exacta medida del líder
requerido.
Él sólo sabe de cosas electoreras. El
cómico caso del famoso avión presidencial lo pinta de cuerpo entero. No sabemos
si lo rifó o no lo rifó. Ignoramos si lo vendió o no lo vendió. Si lo regaló o
no lo regaló.
Ese avión se ha convertido en el símbolo
de su ineptitud. Costó mucho en tiempos de sus antecesores, pero ha costado más
“en los tiempos de austeridad” de Andrés Manuel López Obrador.
Y como en los juegos infantiles: “Ahí
está un avión presidencial cargado de… tontejez”.
Sin embargo, para lo electorero, Amlo
nos ofrece sueños, y nos entrega pesadillas.