Así que en Washington, en el idioma de los
amos, el presidente de una república confiesa sin más que no le debe nada al
voto popular, ya que no fueron los ciudadanos de México quienes lo eligieron
para el máximo cargo que existe en nuestro país, sino que dicho
puesto se lo debe a la providencia.
Y... ¿Existe esa providencia
con tanto poder, por encima de la voluntad del pueblo?, ¿quién es esa
providencia tan eficaz en el mundo de las urnas y los votos?
San Agustín afirma, en el libro octavo de La Ciudad de Dios,
que la existencia de la providencia es divinidad, asentándose por este doctor
de la iglesia, dicha verdad, como un dogma establecido por la patrística,
conceptualizando a esa providencia, posteriormente, como "la divina gracia
de la voluntad de Dios", según Juan Damasceno.
Tanto la patrística, como después la
escolástica, sirvieron de base filosófica al cristianismo y, por ello, a la
Edad Media y al feudalismo, en donde, en esencia, el Rey de Reyes era el Papa
como representante legítimo de Dios, y los reyes de cada Nación eran sus
súbditos, salvo las variaciones que el desarrollo de los siglos dieron a la
existencia monárquica.
Obvio, en esa forma de organización humana
la providencia, o la divina providencia tenía, entre otras, lo que hoy
denominamos funciones electivas. En esos tiempos aristocráticos no era
concebible la república.
Recordado lo anterior, no pocos mexicanos
nos preguntamos: ¿qué quiso decir el Presidente Felipe I de México en su
discurso en inglés, en las entrañas del imperio estadunidense?
¿Fue una metáfora para llamar divina
providencia al gobierno gringo?; ¿fue simple producto expresivo de su sistema
nervioso estructurado cristiana y medievalmente?; ¿fue una figura de dicción
para reconocer que su llegada a Los Pinos sólo es resultado de un chiripazo, al
que todavía ni él mismo le encuentra sentido?
"Haiga sido como haiga sido",
para utilizar por millonésima ocasión la propia frase del Presidente Calderón,
su nuevo equívoco a todos nos afecta. Sobre todo le daña a él, en los malos
tiempos que se le avecinan.
Calderón Hinojosa tiene la capacidad de
avizorarlos. De sus propios discursos se desprende: "Es probable que mucha
gente se acuerde de estos años por la violencia, la delincuencia y los
crímenes... la expansión del narco ha perfilado una sustitución del Estado de
derechos por un estado de temor..."
Y vuelve a cometer error, al llamar
"probable" a lo que ya es una realidad. Así se les recuerda, ya, a
estos años del sexenio calderonista; y a él se le recuerda como el actor
principal, y acaso no lo sea.