sábado, 22 de mayo de 2010

LENGUAJE COMO RIQUEZA


José Emilio Pacheco
LENGUAJE COMO RIQUEZA
                                                                                 
            Fue un joven sencillo, es un hombre de bien, y con una calidad intelectual que lo conduce casi siempre a tener conductas de humildad.
            José Emilio Pacheco Berny nunca ha tenido poses de gran señor, y lo es en el fondo. Es defeño, y de 1939. Estudió en la Facultad de Derecho, y en la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Era una pluma destacada en la revista Medio Siglo que publicaban los estudiantes de Derecho de inicios de la segunda mitad del siglo XX.
            Entre aquel joven estudioso en su ejercicio escolar, a este hombre maduro al que en el detector de seguridad, a la entrada al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, se le bajaron los pantalones, todo por no ponerse tirantes y quitarse el cinturón, hay marcada diferencia, pero congruencia total entre un extremo y otro.
            En aquellos años estudiantiles gustaba de ironizar de sí mismo, sobre todo en aquella columna de su autoría titulada Simpatías y diferencias. Ahora, hace unos días, antes de recibir de manos del Rey Juan Carlos el Premio Cervantes, frente a ese incidente de la caída de sus pantalones por los simples efectos de la gravitación universal, José Emilio, en lugar de ponerse nervioso y perder el control, ironizó con su neutral sonrisa: “Éste es el mejor remedio contra la vanidad. De repente eres un ser humano como cualquier otro”.
            Pero al hacer uso de la palabra, después de recibir el más prestigioso premio a las letras españolas, José Emilio Pacheco fue breve, y sus conceptos fueron buenos, lo que significó la suma de dos aciertos. Recordó que en el año de 1947, al asistir a Bellas Artes para ver una infantil obra sobre el Quijote, él entró por primera ocasión en eso que Carlos Fuentes define como el “territorio de la Mancha… Y ya nunca voy a abandonarlo”.
            “En aquella mañana tan remota descubro que hay otra realidad llamada ficción. Me es revelado también que mi habla de todos los días, la lengua en que nací y constituye mi única riqueza, puede ser, para quien sepa emplearla, algo semejante a la música del espectáculo, los colores de la ropa y de las casas que iluminan el escenario”.
            Y con aquel descubrimiento del lenguaje, como su única riqueza, vivió la obra de Cervantes no como “cosa de risa”, sino como de iniquidad y tristeza.
            “No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos. Se dirá que gracias a esto hizo su obra maestra”. El poeta dijo que recibir el galardón, dotado con 170 mil dólares, le pareció “una irrealidad quijotesca”, y que le hubiera gustado que ese dinero fuera para Cervantes. “Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en poco o nada remedió su penuria”.
            Y con su filoso sentido del humor, José Emilio se dolió de recordar que “Cervantes, y Lope de Vega su rival, tenían que humillarse ante los duques, condes, y marqueses, de aquellos tiempos. Y la situación sólo ha cambiado de nombres. Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante. No es culpa de nuestra vileza esencial, sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica”.
            Así, su lenguaje fue humano, pero crítico; rico en comprensión, y multimillonario en ingenio.