El
nombre con el que se le bautizó en Chamacuero, hoy Comonfort, Guanajuato, el 12
de octubre del 1794, fue el de José María Servín de la Mora Díaz Madrid, pero
su voluntad fue ser conocido como José María Luis, agregándose el
"Luis", quitándose el "de la", para sólo llevar el apellido
Mora.
Fue
sacerdote, político, escritor, historiador, e ideólogo del liberalismo
mexicano. Luchó con ahínco, seriedad y firmeza, en contra de todos los males
mexicanos del siglo XIX, sobre todo del militarismo y del clericalismo, de tan
profundas raíces, y tan infectos frutos.
Su
honorable tarea lo condujo al destierro, y a la miseria, muriendo en París,
Francia, el 14 de julio de 1850, un día festivo que recordaba la Revolución
Francesa, pero un año en que ya el fantasma del comunismo recorría Europa,
según el decir de Karl Marx y Federico Engels, redactores del Manifiesto del
Partido Comunista publicado en 1848.
Su
liberalismo nunca fue abandonado por el talentoso mexicano. Jamás coqueteó con
ideas socialistas, pero éstas le sirvieron para fortalecer y desarrollar sus
tesis, las que explicaba ante quien quisiera oírle.
Melchor
Ocampo lo visitó en París, pero la distancia entre los dos siempre fue grande,
no sólo por la diferencia de edades, sino porque uno era un rico viajero y el
otro era transterrado en desventura, uno en ese entonces tenía autoridad y
experiencia, mientras que el otro únicamente contaba con inquietudes juveniles.
Ocampo
juzgó a Mora como "autoritario, arrogante, con mucha suficiencia, de gran
cultura y soltura, y con elegancia en la expresión de sus ideas".
En
realidad, Mora fue de pocos amigos y de infinidad de enemigos; sin embargo,
ambos le reconocieron siempre su talento, su patriotismo y su honradez.
Así,
con gran valor y singular agudeza hizo señalamientos lapidarios a las dos
clases privilegiadas que dominaban y explotaban al pueblo de México por aquel
entonces.
"La
República Mexicana gasta catorce millones de pesos en sostener soldados que la
tiranicen sin defenderla".
"Cada
mexicano debe preguntarse diariamente a sí mismo si el pueblo existe para el
clero o si el clero ha sido creado para satisfacer las necesidades del
pueblo".
"La
guerra provoca la ruina, y la ruina general es provocada por la guerra
permanente, lucha interminable que se viene dando por una discordia intestina,
por una guerra fratricida. El despotismo mismo, con todos sus horrores, es
preferible a eso".
Ese
gran mexicano, con capacidades superiores, nos recuerda con sus conceptos el
valor de la paz sobre la guerra. Las ideas de nuestros grandes muertos son
herramientas útiles para que las actuales generaciones resuelvan graves
problemas del hoy.