Peligrosas victorias
CON ORGANIZACIÓN Y
ARMAS AJENAS
"Nada hay nuevo en este
mundo", nos transmite bíblicamente el Eclesiastés;
pero también nos enseña que "todos los ríos entran en el mar, y el mar no
rebosa: van los ríos a desaguar en el lugar de donde salieron, para volver a
correr de nuevo".
Así que no hay nada nuevo; y, al mismo
tiempo, existe un nuevo correr, constante y renovado, de cada cosa antigua.
Con la misma dialéctica, desde que el
hombre lucha contra el hombre se provoca la guerra, a grado tal que de tanto
ejercitarla, con perfeccionada experiencia, supone convertirla en arte; y, de
esta forma, Sun Tzu, general chino de hace 25 siglos, nos lega su libro: El arte de la guerra.
Él mismo llegó a la conclusión de que
"el arte de la guerra es el arte del engaño", y en una de las
perspectivas de esta aseveración dejó asentado en su texto: "Si utilizas
al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde
vayas".
Y más refinado, el renacentista
Maquiavelo nos espeta en El príncipe:
"No es victoria verdadera la que se obtiene con las armas ajenas".
¿Que hizo Hernán Cortés para conquistar
con novecientos españoles a millones de seres humanos que vivían en el
territorio que, después de esa ocupación bélica, se llamó la Nueva España?
Esa conquista no la hicieron los
españoles, aunque se beneficiaron de ella; la obtuvieron los indígenas que,
siendo explotados por la gente de la Gran Tenochtitlán, en su mayoría odiaban a
los aztecas. En ese momento del año 1521 sus enemigos eran los adoradores de
Huitzilopochtli.
En su Tercera Carta de Relación Hernán
Cortés informa al Rey Carlos I de España: "... nosotros éramos obra de novecientos
españoles y ellos (los tlaxcaltecas y demás aliados) más de ciento cincuenta
mil hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para los estorbar que no
robasen... y nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen... de la
mucha riqueza que en esta ciudad (Tenochtitlán) había..."
Nada hay nuevo bajo el sol. En ese hecho
histórico Cortés utilizaba inteligentemente al enemigo de los aztecas para
terminar con ese imperio, pero esa fuerza aborigen la hacía propia, y por ello
su victoria fue verdadera. Todos los hombres con armas que estaban en contra
del imperio azteca los asimiló a su propio ejército, enviándolos en oleadas con
dirigencia española, una vez que había cerrado el abastecimiento de todo a la
isla por varios días.
De esa suerte, ya la enseñanza de Tácito
en su discurso del año 100, de nuestra Era, no era aplicable al caso de Hernán
Cortés: "Nada hay tan débil e inestable como la fama del poder que se
apoya en otras fuerzas".
Como nadie se beneficia con guerras
prolongadas, la mejor victoria se da cuando se vence sin haber derramado una
sola gota de sangre, y sin haber segado ni una sola vida.