lunes, 27 de enero de 2014

Peligrosas victorias
CON ORGANIZACIÓN Y ARMAS AJENAS
        "Nada hay nuevo en este mundo", nos transmite bíblicamente el Eclesiastés; pero también nos enseña que "todos los ríos entran en el mar, y el mar no rebosa: van los ríos a desaguar en el lugar de donde salieron, para volver a correr de nuevo".
        Así que no hay nada nuevo; y, al mismo tiempo, existe un nuevo correr, constante y renovado, de cada cosa antigua.
        Con la misma dialéctica, desde que el hombre lucha contra el hombre se provoca la guerra, a grado tal que de tanto ejercitarla, con perfeccionada experiencia, supone convertirla en arte; y, de esta forma, Sun Tzu, general chino de hace 25 siglos, nos lega su libro: El arte de la guerra.
        Él mismo llegó a la conclusión de que "el arte de la guerra es el arte del engaño", y en una de las perspectivas de esta aseveración dejó asentado en su texto: "Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas".
        Y más refinado, el renacentista Maquiavelo nos espeta en El príncipe: "No es victoria verdadera la que se obtiene con las armas ajenas".
        ¿Que hizo Hernán Cortés para conquistar con novecientos españoles a millones de seres humanos que vivían en el territorio que, después de esa ocupación bélica, se llamó la Nueva España?
        Esa conquista no la hicieron los españoles, aunque se beneficiaron de ella; la obtuvieron los indígenas que, siendo explotados por la gente de la Gran Tenochtitlán, en su mayoría odiaban a los aztecas. En ese momento del año 1521 sus enemigos eran los adoradores de Huitzilopochtli.
        En su Tercera Carta de Relación Hernán Cortés informa al Rey Carlos I de España: "... nosotros éramos obra de novecientos españoles y ellos (los tlaxcaltecas y demás aliados) más de ciento cincuenta mil hombres, y ningún recaudo ni diligencia bastaba para los estorbar que no robasen... y nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen... de la mucha riqueza que en esta ciudad (Tenochtitlán) había..."
        Nada hay nuevo bajo el sol. En ese hecho histórico Cortés utilizaba inteligentemente al enemigo de los aztecas para terminar con ese imperio, pero esa fuerza aborigen la hacía propia, y por ello su victoria fue verdadera. Todos los hombres con armas que estaban en contra del imperio azteca los asimiló a su propio ejército, enviándolos en oleadas con dirigencia española, una vez que había cerrado el abastecimiento de todo a la isla por varios días.
        De esa suerte, ya la enseñanza de Tácito en su discurso del año 100, de nuestra Era, no era aplicable al caso de Hernán Cortés: "Nada hay tan débil e inestable como la fama del poder que se apoya en otras fuerzas".
        Como nadie se beneficia con guerras prolongadas, la mejor victoria se da cuando se vence sin haber derramado una sola gota de sangre, y sin haber segado ni una sola vida.