Ese catastrofismo malthusiano, anunciado en
su obra Ensayo sobre el principio de la población, ha tenido más enemigos
furibundos que apasionados seguidores; sin embargo, provocó un temeroso asombro
generalizado en su tiempo.
A poco más de 130 años, el madrileño José
Ortega y Gasset (1883-1955) editó su libro La rebelión de las masas, en donde
analizó a éstas como el "lleno", la "aglomeración de gente"
con actitudes radicales y primitivas, la "muchedumbre" que busca el
facilismo, casi siempre con tendencias trágicas, la "masa humana" sin
sustento personal cual ninguno, con bajísimos valores intelectuales y éticos,
con opiniones vulgares y queriendo intervenir en todo, con acciones directas e
inmediatas y sin ninguna responsabilidad, al carecer de proyecto, portadora de
una ingratitud hacia todo, y con una voracidad egoísta.
Ahora, Beatriz Pagés nos obsequia, en la
revista Siempre!, con un editorial titulado La dictadura de las Hordas,
denunciando "a quienes han hecho de las marchas una industria", un
negocio político lucrativo "para los líderes que llevan a las multitudes a
secuestrar las calles", creando "una tragedia casi existencial para
la mayoría de la población." Y nos urge a "replantear el concepto de
libertades públicas", ya que "la democratización de la Ciudad de
México no radica en acrecentar el caos y la arbitrariedad imperantes, sino en
darle un ordenamiento que permita enriquecer la calidad de vida y la
convivencia."
Pero ese aumento poblacional de progresión
geométrica, esas masas, esas hordas, son efectos de ciertas causas, y para
reducir o acabar con esas consecuencias es necesario disminuir o terminar con
los motivos.
Lo masivo de nuestro crecimiento
poblacional ha hecho que todos nuestros problemas se acrecienten
geométricamente, y hay que resolver tanto el problema en sí, como a la
masividad que lo agrava.
Eso significa que nos equivocaríamos si a
la violencia masiva la atacamos con empleo masivo, cultura masiva, deporte
masivo, educación masiva, coercitividad masiva, ya que perduraría una de las
raíces de la cuestión, y sólo lograríamos retrasar sus efectos nocivos.
Construir muchos caminos, infinidad de
escuelas, más sistemas de comunicación masiva, mayor cantidad de centros
culturales, multitud de empleos, auxilia a paliar el grave problema de la
violencia, el de la delincuencia organizada, el del secuestro, la extorción, y
el narcotráfico, pero para que estos logros sean eficaces no sólo se requiere
de la cantidad, sino de la calidad indispensable.
Obvio, también se requiere de una
seguridad, con procuración y administración de la justicia, pronta, completa,
imparcial, y con estricto apego a derecho, en contra de los vividores de esas
hordas, y de esas masas.