miércoles, 30 de enero de 2013

¡Construyámoslo! UN MUNDO SIN MIEDO

      En una realidad llena de desigualdades sociales, en donde permea el autoritarismo con disfraz de democracia, en donde el poder se ha fraccionado desordenadamente, y no para bien, en donde el no poder del poder público cada día se ensancha más, y en donde el terrorismo, el crimen organizado y la impunidad señorean una buena porción de la vida colectiva, es necesario que todos y cada uno de los individuos que integramos a la sociedad tomemos conciencia de esa realidad que nos rodea, estudiemos la naturaleza del fenómeno, concluyamos que debemos acabar con esos males, localicemos las opciones a nuestro alcance para mejorar nuestra existencia, y nos decidamos en forma organizada a poner un hasta aquí a todos estos lastres humanos.
        No pocos han asegurado que un mundo sin miedo resulta una utopía, y tiene razón, si por miedo se entiende un concepto genérico y desconectado de lo concreto de la vida humana. Es cierto que el miedo corresponde, irremisiblemente, a la naturaleza del ser humano. No hay nadie que no haya tenido miedo alguna ocasión en su vida. Así que ese sentimiento no es suprimible en términos absolutos, pero sí es controlable y suprimible para términos relativos. Si ayer le tuvimos miedo a alguna alberca profunda, es posible que ahora ya no se lo tengamos. Hoy podemos tener miedo a hablar o a escribir, y mañana ya no.
        Así que la llamada utopía, cuando la empezamos a ubicar en la realidad cotidiana, empieza a mestizarse con lo real, y deja de ser utopía, al imponer a la vida algo de sus sueños. Por ello, cuando hablo de un mundo sin miedo, me refiero a que todos los miembros de una sociedad construyamos a nuestra colmena humana de tal manera, que el policía, el ministerio público, el juez, el legislador, el gobernador, el presidente municipal, el Presidente de la República, entre otros, no sean sujetos que infundan miedo.
        Desde este punto de vista el sueño no es inalcanzable, porque es siempre posible construir un mundo más justo. Los trabajadores mexicanos que ingresan al territorio de los Estados Unidos de América saben y entienden, porque lo han vivido en carne propia, de la diferencia que existe entre la vida de allá y la de acá. Resulta obvio que la calidad de la vida gringa es superior, en muchos aspectos, a la calidad de vida nuestra. Desde luego que allá también tienen sus miedos, los que son miedos provocados por el desarrollo imperial; mientras nuestro miedos son provocados, aquí, por un subdesarrollo hasta grotesco.
        Caminar por las calles de la Habana, o de Estocolmo, a todas horas, dista mucho de caminar por las calles del Distrito Federal de nuestro país; empero, nosotros, los mexicanos, con una superior forma de organización, somos capaces de crear un mundo mejor que el de ellos, sin miedo, con libertad, con independencia, no tengo ninguna duda en ello.