Deseo, al igual que decenas de millones de
mexicanos, que el ejercicio presidencial de Enrique Peña Nieto sea exitoso a
favor de la mayoría de nuestros compatriotas.
Duele observar los actos de autoridad,
controvertibles, provenientes de la nueva administración federal en materia
educativa, ya que la educación constituye, si se me permite la metáfora, un
importantísimo e inmenso bosque, infectado y en devastación, pero exigiendo de
una cirugía mayor, completa y eficaz.
Si se atiende en exclusiva al padecimiento de
un simple árbol, significará, en principio, que por reparar a una de sus partes
singulares se desestima a toda la espesura que encarna la floresta. El árbol,
así, no deja ver al bosque, para utilizar una antiquísima frase que no por
anónima y colectiva disminuye su profundo sentido.
Cierto que ese árbol está patógeno, y a la
vista de todos: mala educación escolarizada, además cara, con corrupción tanto
sindical como gubernativa, y con grotesca confusión de derechos, entre muchos
otros achaques.
Pero para acabar con esos trastornos ni
siquiera se necesita de la reforma y adición a nuestra Carta Magna, en los
términos planteados en la iniciativa ya aprobada por las dos cámaras que forman
el Congreso de la Unión, y ahora en la búsqueda de la aprobación de las
legislaturas estatales.
La evaluación obligatoria a profesores, los
exámenes de oposición para maestros, y la creación de un instituto nacional de
evaluación educativa, pueden y deben hacerse con esa reforma constitucional
propuesta, o sin ella, ya que la rectoría educativa la tiene el Estado
Mexicano, a través del Gobierno Federal, según el texto vigente de nuestra
Constitución.
Empero, lo que se desea fundamentalmente con
esa reforma es recomponer los vínculos entre el gobierno mexicano y los
sindicatos de profesores, con medidas tangenciales de evaluación y concursos de
oposición, aplicando así la acción gubernativa en un solo árbol y con efectos a
un futuro incierto, pero sin siquiera emplear la medicina correspondiente a esa
particularidad.
Todos deseamos una educación de calidad, pero
esto implica a todo el bosque educativo, e impropiamente tan solo se atiende, a
un árbol, con una reforma y adición a dos preceptos constitucionales para
elevar a ese nivel jurídico la evaluación y concursos de oposición para
profesores, con un instituto encargado de ello. Instituto formado con humanos,
escogidos por humanos, inmersos todos en un sistema nacional de corrupción, aún
no aliviado.
Claro que hay muchos mexicanos honestos,
laborando para cambiar estructuras corruptas dentro de nuestra forma de
organización, pero perviven los métodos inmorales.
Alguien me puede decir que la intención
presidencial es comenzar por un árbol para proseguir hacia todo el bosque; pero
esto tendría valor si se hubiera empezado por el árbol o los árboles fuentes
del contagio maligno.
Y no se comenzó así en nuestra sociedad
jerarquizada, en donde, como en las escaleras, debe barrerse de arriba para
abajo, y no a la inversa.