lunes, 1 de noviembre de 2010

POEMAS PARA LOS MUERTOS

Santa Teresa y San Juan
POEMAS PARA LOS MUERTOS
                                                                                        
            Ávila es una de las ciudades más hermosas; una medieval muralla de piedra la fortifica por entero, y la vivifican permanentemente dos espléndidos poetas del Siglo de Oro Español: Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y San Juan de la Cruz, (1542-1591) ambos nacidos en ese pueblo al que José Martínez Ruíz, “Azorín”, bien calificó como “el alma castellana… quizá la ciudad más siglo XVI de España”.
            La diferencia de edades entre estos dos escritores fue de 27 años; los dos se conocieron, se trataron, y Teresa de Cepeda y Ahumada indujo a Juan Yepes Álvarez al gran proyecto de introducir reformas renacentistas en la orden conventual de las carmelitas.
            Hoy son santos; empero, en vida, uno y otro por igual, fueron humillados, perseguidos, descalificados, encarcelados, tanto por el alto clero de aquel entonces como por sus enemigos directos.
            Esa orden de las carmelitas era de ricas, desmandadas, soberbias, y pecaminosas; y a la madre Teresa se le ocurrió que deberían ser pobres y descalzas, vivir en soledad y en silencio, con humildad activa en el servicio comunitario. Y por tan simple proyecto el avispero se le vino encima, lo que ella califica como “Que Dios nos guarde de las monjas tontas… me hacen guerra todos los demonios”.
            Mientras que el destacado filósofo granadino y jesuita Francisco Suárez calificaba a aquella monja rebelde como “fémina inquieta y andariega”, la  que logró, a veces sin autorización papal, fundar 17 conventos de carmelitas descalzas, apoyando a su paisano y amigo Fray Juan en la fundación de los monasterios para sacerdotes carmelitas, también descalzos.
            Y duras batallas se dieron entre los calzados y los descalzos, cuando no había tantas zapaterías como en este siglo XXI; sin embargo, el triunfo inmediato siempre es a favor de los bien calzados, ya que los descalzos siempre triunfan después de muertos.
            Así, ya fallecidos, Teresa y Juan lograron ser santos; pero para mí lo más importante fue que dejaron una producción poética de extraordinaria calidad, retroalimentándose intelectualmente, en una influencia recíproca e, incluso, tomando temas, conceptos y expresiones idénticos, para cada uno intentar variaciones.
            Un ejemplo de lo anterior es el tema de la vida y de la muerte, con ideas y palabras tan gemelas como paralelas, las que transcribiré en homenaje, en este Día de los Muertos, a los vivos que viviendo mueren y a los muertos que muriendo viven.
            Escribe Santa Teresa: “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero. En mí yo no vivo ya, y sin Dios vivir no puedo, pues sin él y sin mi quedo, este vivir ¿qué será?…” Y después de otras estrofas concluye: “Lloraré mi muerte ya, y lamentaré mi vida, en tanto que detenida por mis pecados está. ¡Oh mi Dios!, ¿cuándo será?, cuando yo digo de vero: vivo ya porque no muero.
            Y San Juan corresponde con variantes que parecen ligeras, pero son profundas: “Vivo sin vivir en mí, y de tal manera espero, que muero porque no muero. Vivo ya fuera de mí después que muero de amor; porque vivo en el Señor que me quiso para sí…” Y después de muchas estrofas más termina: “Vida, ¿qué puedo darle a mi Dios, que vive en mí, si no es el perderte a ti, para mejor a Él gozarle? Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero.
            Son poemas de quienes hace siglos murieron, y por poetizar, bien, aún siguen vivos.