lunes, 8 de noviembre de 2010

¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?

Responso para Inocentes
¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?                                                                                   
            Difícilmente encontraremos a alguien que no se solidarice con las familias de los 18 michoacanos asesinados en Acapulco, hace algunas semanas, sin razón cual ninguna.
            Basta que hayan sido seres humanos para entender, con esa sensibilidad del poeta inglés John Donne, (1572-1631) que los 18 sacrificados formaron y forman parte de la Humanidad, para aceptar que así como el continente pierde cuando un pedazo de tierra se desprende y cae en el mar, así también, cuando un hombre muere, algo muere dentro de nosotros mismos; por eso, afirmaba con profunda precisión ese clérigo isabelino: “Cuando doblen las campanas, no preguntes por quién doblan, están doblando por ti”.
            Por eso las lágrimas derramadas son por todos; quienes los mataron han asesinado a una parte de nosotros, y a una parte valiosa, pues eran trabajadores honrados; empero, en este caso tan sórdido, tan vergonzoso, tan sin información certera y creíble, hasta un hombre prudente como Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia, implora y pide “para que las autoridades, por encima de todo, se unan para bien del pueblo; para que haya justicia y paz; para que pueda haber un alto a esta ola infame de criminalidad”.
            Y es que los malos gobiernos se andan peleando entre ellos mismos, desatendiendo la obligación primaria que tienen de dar seguridad a la población, es decir, garantizar la integridad, la vida, la libertad, la propiedad, y los derechos, de cada individuo que vive en México.
            A los oídos de todos, a ese rincón del cerebro llamado conciencia, deben llegar las desgarradoras palabras en llanto de las niñas y niños que gritaban: “¡Mi papi!; ¡mi papi!; te quiero papá… Asesinos, mi papá era buena gente, él no les hizo nada”, y aferrados a los ataúdes, con tal abatimiento, que todos quisiéramos que se hiciese el milagro, y que los 18 regresaran a sus casas salvos y sanos, a proseguir la vida con su esposa, sus hijos, sus padres, amigos y vecinos, como si sólo hubiésemos tenido una mala pesadilla colectiva que desaparece al momento de despertarnos.
            Pero la realidad es otra, y tiene otro comportamiento y otra lógica. Los gobernados seguimos siendo, dormidos o despiertos, víctimas, y no sólo de los sujetos activos del delito, sino sobre todo de las autoridades que tienen a su cargo la prevención de estos atroces actos delictivos, y de su eficaz castigo una vez cometidos lamentablemente.
            El dolor, el llanto, el responso, la solidaridad, los rezos, el buen recuerdo, de los que se quedan respecto de los que fueron arteramente asesinados, constituyen conductas normales y positivas en relación al hecho criminoso; sin embargo, la situación no termina ahí ni debe concluir de esa manera.
            La justicia debe aplicarse, en concordancia con el derecho, en su amplio espectro y de manera rápida, eficaz y práctica. Debe verse por el futuro de las familias, pero no con limosnas, sino con estructuras económicas sólidas y serias que auxilien al desarrollo de todos los integrantes que lo requieran.
            Y no debe dejarse a los responsables sin aplicación del derecho, para no alentar la contumacia ni la reincidencia. Con cada acto criminal sin castigar, los malos gobiernos quieren ir matando poco a poco a México.
            Pero no lo lograrán.