lunes, 8 de marzo de 2010

CREPÚSCULO DE LOS VALORES


Mentiras y Enredos
CREPÚSCULO DE LOS VALORES

            En el periódico Novedades, del 11 de octubre de 1943, Octavio Paz escribió un artículo que llevó por título “La Mentira en México”. Ahí afirmó que “La mentira inunda la vida mexicana: ficción de nuestra política electoral, engaño de nuestra economía… mentira en los sistemas educativos, farsa en el movimiento obrero –que todavía no ha logrado vivir sin la ayuda del Estado-, mentira en la política agraria, mentira en las relaciones amorosas, mentira en el pensamiento y en el arte, mentira por todas partes y en todas las almas. Mienten nuestros reaccionarios tanto como nuestros revolucionarios; somos gesto y apariencia y nada se enfrenta a su verdad…
            Desde luego que la mentira, como la cosa que se dice sabiendo que no es verdad, pero que se expresa con la intención de engañar a alguien, forma parte de lo humano, y nada de lo humano nos resulta ajeno.
            Sin embargo, todos los sistemas normativos, en principio y de manera genérica, intentan provocar conductas en los humanos para que no mientan, al menos que no mientan conscientemente y con el ánimo de dañar a alguien. Tanto las normas jurídicas como las éticas, al igual que las religiosas, y las de trato social, nos imponen el no mentir, con el fin de que todos tengamos una mejor calidad de vida.
            Y los pueblos y los individuos mejor conformados, educativa y moralmente, y en desarrollo social, han reducido de manera considerable sus márgenes de mentiras, sin haberlas exterminado en forma total. Noruega, Finlandia y Suecia, en el momento actual, son sociedades que viven con una dosis baja de mentiras, logrando con ello los menores daños.
            En cambio, México es como lo desarrolla en su libro Sara Sefchovich, “País de Mentiras. En México se miente. Todos los días y sobre todos los asuntos. La forma de gobernar en nuestro país consiste en mentir”.
            Y las raíces históricas del mentir como forma de vida tienen su antigüedad, entre nosotros. Sin ahondar más allá, la llegada en 1519 de los españoles capitaneados por Hernán Cortés, a lo que hoy es el territorio patrio, estuvo plagada de mentiras, y con ellas y a cañonazos se realizó la conquista. Mientras los países indígenas que aquí se desarrollaban opusieron sus mentiras ingenuas y sus lanzazos de madera y piedra.
            Esas mentiras, de ambos lados, también se mestizaron, al ritmo del mestizaje biológico, lingüístico, religioso, arquitectónico, jurídico, musical, alimenticio, y de todos los órdenes. Así que con el paso del tiempo, la mezcla de de esas mentiras se independizaron y dieron origen a las mentiras mexicanas.
            Y hoy, en lugar de superar esas etapas vivenciales de mentiras, como algunas generaciones de mexicanos intentaron hacerlo en siglos pasados, hemos agravado nuestra situación de falsedad, día con día y, entre ambiciones y traiciones, los enredos son grandes.
            En el fango de la reciente escena, recordemos que el secretario de Gobernación Fernando Gómez Mont renunció a su partido, el PAN, por no haber cumplido este instituto pactos políticos, y que tanto éste como el dirigente de Acción Nacional César Nava aseguraron que el Presidente Felipe Calderón no sabía nada, cuando el titular del Ejecutivo Federal es quien sigue autorizando todo, aunque lo nieguen todos los integrantes de la pandilla.
            La única verdad es que la mentira ha permeado en todo el aparato político. El valor de la verdad debe preponderar, como todo nuestro sistema axiológico, sin ocasos, sin menguas.