Espejito,
espejito...
POPULARIDAD DEL
PRESIDENTE
Enrique Peña Nieto ha venido perdiendo
aceptación entre los mexicanos según encuestas realizadas por empresas
profesionales, y medios masivos de comunicación nacionales y extranjeros.
Ese descenso se observa, también, en las
opiniones vertidas por la gente común en sus conversaciones.
Se ha convertido en un presidente
pararrayos. Los duros golpes en seguridad pública, economía, política,
educación, y en todas los sectores, él personalmente los recibe.
En ello algo tiene de responsabilidad el
propio ejecutivo federal, y mucha culpa sus colaboradores que no han sabido
proteger a su jefe.
Entre muchas causas de ese descenso de
aprobación encontramos la que tiene su origen en uno de los ejes principales de
su campaña política de hace más de tres años: su juvenil estética personal.
Si eso tuvo eficacia electoral, ahora
tiene que pagar su costo. Es tan superficial y pasajero el atrayente físico
para el ejercicio de poder político que, en exclusiva esa cualidad, en nada
ayuda a resolver los graves problemas que aquejan a México.
Esa constante baja de aquiescencia hacia
el Presidente Peña Nieto de sus representados tiene alegres y satisfechos a sus
enemigos.
A la mayoría de los mexicanos nos
mortifica ver al Presidente de México reduciendo peligrosamente el beneplácito
con que inició su ejercicio gubernativo.
Millones de compatriotas requerimos de
un Presidente de la República honesto, capaz, trabajador, con una autoridad
moral frente a todos.
Además, observamos el esfuerzo que el
Presidente Peña Nieto realiza en todos los foros en donde se presenta. Realmente se nota su energía para tratar de
transmitirnos sus mensajes discursivos; y, sin embargo, no logra el
convencimiento.
Al concluir con su encomienda retórica,
casi corre para tratar de saludar a todos los presentes, acercándose a ellos,
sin obtener los frutos deseados.
Cierto o no, por doquier se habla de que
tiene un equipo especial, de alto nivel profesional y de elevado costo, para
cuidar de su imagen en el extranjero y en el país.
Sin embargo, los resultados son exiguos.
Basta con que se conozca que un presidente anda cuidando su imagen, y que está
al pendiente, no de sus representados, sino del qué dirán de su persona, para
que la gente lo descalifique.
Nadie cree el discurso oficial. Ese falso
formalismo gubernativo choca a todos.
La comunicación verbal del presidente
debe ser natural, y por ello sencilla.
No es la palabra la que esperamos, sino
el concepto. No es la ensarta de frases, sino el razonamiento lógico, necesario
y creíble, dicho con sentimiento de corazón de un ser humano de reconocida
ética.
Al igual, su saludo no tiene por qué ser
artificioso ni llevar el nerviosismo de una prisa que al final no conduce a
nada bueno.
Tres años quedan de ejercicio al
Presidente Peña Nieto. Nunca es demasiado tarde para saber que la República
Mexicana no es el Estado de México, por más que queramos a esa entidad
federativa.
Un buen cambio es necesario. ¡Bienvenido
será!