martes, 4 de agosto de 2015

Espejito, espejito...
POPULARIDAD DEL PRESIDENTE
        Enrique Peña Nieto ha venido perdiendo aceptación entre los mexicanos según encuestas realizadas por empresas profesionales, y medios masivos de comunicación nacionales y extranjeros.
        Ese descenso se observa, también, en las opiniones vertidas por la gente común en sus conversaciones.
        Se ha convertido en un presidente pararrayos. Los duros golpes en seguridad pública, economía, política, educación, y en todas los sectores, él personalmente los recibe.
        En ello algo tiene de responsabilidad el propio ejecutivo federal, y mucha culpa sus colaboradores que no han sabido proteger a su jefe.
        Entre muchas causas de ese descenso de aprobación encontramos la que tiene su origen en uno de los ejes principales de su campaña política de hace más de tres años: su juvenil estética personal.
        Si eso tuvo eficacia electoral, ahora tiene que pagar su costo. Es tan superficial y pasajero el atrayente físico para el ejercicio de poder político que, en exclusiva esa cualidad, en nada ayuda a resolver los graves problemas que aquejan a México.
        Esa constante baja de aquiescencia hacia el Presidente Peña Nieto de sus representados tiene alegres y satisfechos a sus enemigos.
        A la mayoría de los mexicanos nos mortifica ver al Presidente de México reduciendo peligrosamente el beneplácito con que inició su ejercicio gubernativo.
        Millones de compatriotas requerimos de un Presidente de la República honesto, capaz, trabajador, con una autoridad moral frente a todos.
        Además, observamos el esfuerzo que el Presidente Peña Nieto realiza en todos los foros en donde se presenta.    Realmente se nota su energía para tratar de transmitirnos sus mensajes discursivos; y, sin embargo, no logra el convencimiento.
        Al concluir con su encomienda retórica, casi corre para tratar de saludar a todos los presentes, acercándose a ellos, sin obtener los frutos deseados.
        Cierto o no, por doquier se habla de que tiene un equipo especial, de alto nivel profesional y de elevado costo, para cuidar de su imagen en el extranjero y en el país.
        Sin embargo, los resultados son exiguos. Basta con que se conozca que un presidente anda cuidando su imagen, y que está al pendiente, no de sus representados, sino del qué dirán de su persona, para que la gente lo descalifique.
        Nadie cree el discurso oficial. Ese falso formalismo gubernativo choca a todos.
        La comunicación verbal del presidente debe ser natural, y por ello sencilla.
        No es la palabra la que esperamos, sino el concepto. No es la ensarta de frases, sino el razonamiento lógico, necesario y creíble, dicho con sentimiento de corazón de un ser humano de reconocida ética.
        Al igual, su saludo no tiene por qué ser artificioso ni llevar el nerviosismo de una prisa que al final no conduce a nada bueno.
        Tres años quedan de ejercicio al Presidente Peña Nieto. Nunca es demasiado tarde para saber que la República Mexicana no es el Estado de México, por más que queramos a esa entidad federativa.
        Un buen cambio es necesario. ¡Bienvenido será!