Sólo para doctores
UN MÉDICO DE PUEBLO
Recientemente nos invitaron, a mi hija
Edna Liset y a mí, a la Ciudad de México, un grupo de médicos del sector salud,
con quienes charlamos durante algunas horas.
Recordamos al personaje Sinuhé el
egipcio del escritor finlandés Mika Waltari (1908-1979), tan llenó de candor
como de dramático humanismo: "Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa
Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses del
país de Kemi, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones,
porque estoy cansado de sus actos..."
Sinuhé, médico de talento en diagnóstico
y en la cura, dejó escrito: "El hombre está siempre sujeto a enfermedades;
sólo un muerto está libre de ellas."
Invocamos la aguda frase del estadista
británico Sir Winston Churchill (1874-1965), tan seguro de sí mismo como lleno
de carácter: "La salud del humano es un grato estado, pasajero y efímero,
que no presagia nada bueno".
El escritor británico Aldous Huxley
(1894-1963), evadido de la escuela de medicina, nos legó, aparte de registros
de su viaje a México, y algunos países de Centroamérica, editados como
"Más allá del Golfo de México", una frase indicando: "La salud no
lo es todo, pero que sin ella lo demás es nada."
Y entre muchas otras cosas, invocamos al
doctor Rubén Marín (1910-1980), con su clásica obra "Los otros días",
que no son más, pero tampoco menos, que los realistas y estéticos apuntes de un
médico de pueblo.
Rubén nació y murió en la capital del
país, pero después de recibirse en la Escuela Nacional de Medicina le tocó
pueblear por diversos rumbos de México.
Fue un médico reconocido por su
capacidad profesional de tipo técnico y ético que escribió: "¡Ojalá que
por las manos del médico no pasara jamás moneda alguna que sea sufrimiento
troquelado!"
Y como la mayor parte de su vida trabajó
con gente en la miseria, anotó en sus apuntes: "Yo sufriría y viviría y
sanaría con ellos hombro con hombro dignificando mi profesión en la
pobreza".
Convinimos todos que al doctor no le
basta ser médico, sino debe parecer médico, ya que su presencia es curación,
como sus manos, su atención dedicada, su personalidad, y su voz.
La actitud y la emoción personal de un
médico cuenta demasiado en la salud del paciente. Su optimismo inteligente da
confianza, y psicológicamente fortalece al enfermo.
La preparación técnica del médico es primordial.
El Periquillo Sarniento, personaje pícaro del extraordinario escritor mexicano José
Joaquín Fernández de Lizardi (1776- 1827), al hacerse pasar por doctor en su
vividora aventura, no fue más que un charlatán simpático.
Empero, no es suficiente con la
preparación técnica del médico; es necesario su humanismo. Aquí, más que en
otras disciplinas, ciencia sin conciencia es sólo ruina del alma.
En mi vida me he encontrado con
excelentes médicos que se honran a sí mismos, a su profesión, su familia, y a
México.