Hiroshima y Nagasaki
ÁTOMOS PARA LA
DESTRUCCIÓN
¡Nunca más! Nunca más debe haber otro
bombardeo atómico. Para la Humanidad es una vergüenza que hayan sido usadas
esas bombas en Hiroshima, el 6 de agosto del 1945, y en Nagasaki el 9 de agosto
de ese mismo año.
En ambas ciudades japonesas murieron,
por esa causa, cerca de 240 mil personas y, desde entonces, cada año la cultura
nipona a la cultura gringa le obsequia. o le dedica con diplomacia blanca, un
simbólico regalo.
El Presidente estadunidense Franklin D.
Roosevelt declaró la guerra al imperio japonés encabezado por el Emperador
Hirohito, después de que éste dispuso el ataque a la base americana de Pearl
Harbor, como respuesta al embargo petrolero que EU ordenó en contra del Japón.
Ese ataque fue el 7 de diciembre del
1941, y Roosevelt ese mismo día lo calificó como "una fecha que vivirá en
la infamia".
Tres años y ocho meses después el
sucesor de Roosevelt, el Presidente Harry S. Truman, marcó en su absurda
venganza al 6 y al 9 de agosto del 1945 como fechas en donde la "infamia"
nos condujo a la degradación de ignominia.
Que nunca jamás haya otro bombardeo
atómico ni de ningún orden. Aquella agresión no fue al enemigo de guerra, sino
a todo el planeta.
La embestida nuclear fue en contra de
toda la Humanidad, y no únicamente en agravio de un cuarto de millón de
asesinados.
A partir de esas fechas el gobierno de
los EU, en todos sus guerras, que no son pocas, han seguido utilizando los
bombardeos: Corea, Vietnam, Cuba, Laos, Irak, Afganistán, Siria, y anexas.
En el reciente número de agosto de la
revista National Geographic se publica una interesante investigación del
escritor T.D. Allman; en ella se recuerda que "entre 1964 y 1973, durante
la guerra de Vietnam, Estados Unidos arrojó más de dos millones de toneladas de
bombas en Laos. Eso equivale a un avión lleno de bombas cada ocho minutos
durante nueve años."
Y todo ese genocidio a nombre de qué...
a nombre de quién... para qué... a qué nos ha conducido a todos...
A 70 años de esas dos bombas atómicas,
el pueblo japonés regala más cerezos al pueblo estadunidense; lo recuerda
poniendo pequeñas veladoras encendidas sobre las hojas de loto en muchos
estanques de esas ciudades bombardeadas.
¡Reza por ellos!, y los perdona.
Curiosamente, la cultura japonesa tiene
un gran respeto a sus instituciones, las que se fincan sólidamente en el gran
acatamiento al Emperador. Debe recordarse que para su rendición, en la Segunda
Guerra Mundial, sólo pusieron una condición: respetar la institución imperial
del Japón.
Y esa condición les fue concedida.
Hoy en día ese imperio, perdedor en la
guerra, sigue siendo un imperio en la paz; una economía de las más sólidas,
fuertes y ejemplares.
El Emperador Akihito es jefe de estado
que aplica toda una estructura constitucional de severa disciplina para un
bienestar próspero para todos.