lunes, 16 de febrero de 2015

¡Cuidemos a la Nación!
FRENEMOS LOS DESPROPÓSITOS
        El concepto moderno de "Nación" nos llega con el renacimiento jurídico político; lo incuba el pensamiento inglés, y prende en toda Europa.
        A la Nueva España adviene, tal término, con los jesuitas del siglo XVIII. Ésos que encabezados por Clavijero, Landívar, Alegre, Abad, son desterrados por Carlos III en 1767.
        La palabra "Nación" comenzó como todo bebé: débil, buscándose a sí misma, con la fragilidad inicial de todo lo que nace, sin saber caminar ni hablar; empero, muy pronto logró su infancia, su adolescencia y juventud.
        Hoy, en su tercera edad, parece encontrarse, tal expresión, con un pié en la tumba, y el otro pié sobre una cascara de plátano.
        Desde el siglo XIX, ése al que el escritor francés León Daudet (1867-1942) denominó "el siglo estúpido", el Manifiesto Comunista (1848) redactado por Carlos Marx y Federico Engels, llamó a la unión de todos los proletarios del mundo, para instaurar el internacionalismo obrero en el planeta, y con ello constituir una sola Nación.
        En el siglo XX, el desarrollo capitalista y su cabeza imperial en Estados Unidos de América, logra una globalización que constituye un preámbulo al internacionalismo burgués.
        Proletario o capitalista, cualquiera de ambos sistemas planteados en la vida real de los países, la tendencia es borrar las fronteras nacionales y a las naciones, para formar una unidad humana que pretende resolver los problemas de dicho nacionalismo real, pero que, a la vista está, que producirá nuevos conflictos, referidos a un internacionalismo balbuciente.
        Expresó lo anterior como un cuadro de referencia, ya que aparte de que México recibe como país el embate de las fuerzas internacionales, también tiene que soportar la acometida de las fuerzas internas que llevan, consciente o inconscientemente, el mismo despropósito: destruir a México.
        Y es que nuestra Nación se encuentra prisionera y enredada de un sin fin de disparates, tan absurdos en el fondo como al parecer justificados en la superficie. Son, sin dudar, la agudización de nuestras propias contradicciones.
        Pensemos qué le pasaría a nuestro organismo si se taparan nuestras arterias y nuestras venas, y no pudieran recibir todas las partes del cuerpo humano el fluido sanguíneo y la oxigenación requeridos. ¿Cuánto tiempo nos quedaría de vida?, o ¿cuántas lesiones nos provocaríamos?
        Así, ¿por qué permitir que a los gobernados se nos afecten derechos humanos garantidos por nuestra Carta Magna, referidos a nuestra libertad de tránsito?; ¿por qué aceptar que a nuestras ciudades y al país entero se le afecten las arterias y sus venas de la transportación, comercio, y economía?
        Lo anterior, efectuado por grupos que, aunque tuviesen derechos que hacer valer, los ejercen indebidamente y de manera ilegal, causando severas afectaciones delictivas a sectores mayoritarios de la población, sin que nadie aplique la coercitividad del derecho.
        Los males causados por todos los despropósitos actuales son efectos de un sistema que está por explotar. ¡Cuidemos a los mexicanos, y con ellos a la Nación: México!