miércoles, 9 de julio de 2014

Sociedades envejecidas
HARÁN SUS REVOLUCIONES
        Quienes hasta ahora han aportado el recurso humano para las revoluciones son los jóvenes. "Ser joven y no ser revolucionario es ir en contra de la naturaleza". Este es un concepto reiterativo, reformulado en cada etapa histórica de la Humanidad.
        Sin embargo, cada día los países tienen menos jóvenes y, en cambio, aumentan los viejos; y éstos serán los que tengan a su cargo las revoluciones futuras.
        Salvo que tengan razón quienes consideran que la gente de edad, por su propia ancianidad, no provocará ya ninguna revolución.
        Por mi parte considero que la senectud futura va a ser sujeto activo en las etapas violentas que generen las urgencias de cambio del porvenir, dando a sus movimientos las características de sus edades.
        En Europa empiezan a notarse las tendencias ideológicas de las poblaciones que mayoritariamente son de edades avanzadas. En ellas el sistema capitalista ha superado al socialista; el liberalismo de mercado ha desbancado, hasta el momento, a la socialdemocracia.
        Es claro, también, que ese fenómeno lo producen otros factores, aparte del de la edad de los ciudadanos. La comunidad de los países homogeneizados por una Alemania poderosa, y otras naciones fuertes, es otro motivo. Los iniciales y acelerados desarrollos económicos de los países que han ingresado a esa comunidad, provocándoles expectativas que declinan cuando tienen que pagar sus deudas, lo que los conduce a una austeridad de espíritu conservador.
        A ello hay que sumar la caída, a finales del siglo XX, de ese socialismo artificioso que vivió la mayoría de los pueblos de la Europa Oriental en virtud del triunfo del ejército soviético sobre la Alemania nazi en 1945.
        También ayuda a esa derrota del socialismo el hecho de que sus conceptos no se han actualizado, quedando sus principios teóricos desfasados de una realidad que rápidamente está cambiando día con día.
        La idea de que se redistribuya la riqueza, como una nota aislada, sin pentagrama, inasible y sola, ya no hechiza a ningún electorado. Este pensamiento para que convenza debe ir conformado con la responsabilidad de los trabajadores para producir cada vez con mayor calidad, con alta tecnología que organicen como propia, para que no se provoque desempleo, sino un reacomodo inteligente de la mano de obra.
        En la actualidad, hablar de izquierdas, derechas y centros, carece de sentido, por la inexistencia de características válidas que las distingan ante una población confundida y horrorizada por la podredumbre que pulula de un extremo geométrico a otro sin ningún rubor ni vergüenza. Habiendo, eso sí, en las tres posiciones muy poca gente congruente, honesta, trabajadora, capaz, y con un cierto sentido de servicio hacia los otros.
        Las llamadas izquierdas tienen el síndrome de asfixiar al crecimiento económico; en cambio, las llamadas derechas ahorcan por inercia toda redistribución de la riqueza a favor de las partes débiles. Mientras los llamados centros, sin ninguna firmeza, coquetean cínicamente con ambos extremos.
        El futuro es de las sociedades con viejillos revoltosos.