martes, 29 de julio de 2014

Miguel Hidalgo y Costilla
PADRE DEL PORVENIR                                                                          El 30 de julio del 1811 fusilaron en Chihuahua, las fuerzas realistas, a Miguel Hidalgo y Costilla. Su espíritu superior, su don de mando, su calidad de ser todo un hombre en el amplio sentido de la palabra, lo acompañó hasta su último momento.
        Hacía poco más de diez meses que había contraído la responsabilidad de ser cabeza del movimiento insurgente. El líder en la etapa conspiradora fue Ignacio Allende. Los militares conjurados hacían cabeza al principio de la connivencia.
        Pero aquella noche del 15 de septiembre de 1810, cuando llegó a Dolores el capitán Juan Aldama con el recado de Doña Josefa Ortiz de Domínguez para que se pusieran a salvo sin demora, mientras los militares vacilaban temerosos, el cura Hidalgo aplicó la inteligencia, el valor y la audacia.
        En esa reunión nocturna se discutió con un ardor desconocido por los rebeldes; y cuando parecía ganar la propuesta de huir, Hidalgo volvió a arengar con seguridad de sí mismo: "Olvídese, pues, semejante pensamiento, que nada tiene de caballeroso, ni mucho menos algo de grande."
        Y ante eso, una voz de militar protestó: "Pero... ¿qué otra cosa puede hacerse?  
        Replicando de inmediato el sacerdote de aquella parroquia: "Morir... por la libertad".
        Y esa respuesta, de momento, los impactó a todos, inflamándoles el mecanismo de su decisión. Así se convirtió en el cerebro de ese movimiento, sin capacidad militar cual ninguna, pero con un fuego interior que iluminaba por sus osadías políticas: "Balleza, en este momento, sin perder tiempo, me vas a aprehender a los eclesiásticos gachupines. Tú, Mariano, a los comerciantes gachupines. Aldama, lo mismo, y don Santos Villa con la misma misión. Todos a la cárcel sin tocar sus intereses."
        Estupefactos, todos los citados protestaron que serían ellos las víctimas de tanta temeridad. A lo que Hidalgo les respondió: "Así discurren los niños que nunca miden las circunstancia de una situación. No calculan que las pequeñeces más insignificantes, teniendo el tacto necesario de unirlas, formarían un todo vigoroso. A la voz contra los gachupines, mañana todo nos sobra. Al negocio, sin perder un momento; el miedo, a la faltriquera."
        Si se analiza todo lo anterior, formado con las declaraciones que todos los iniciadores dieron al ser enjuiciados, se observará que Miguel Hidalgo tenía muy claro que le esperaba la muerte. En síntesis, los compañeros conjurados, y delatados, lo cuestionaron con el qué hacer. La primera respuesta fue: "Morir", morir por algo él deseaba para todos, "la libertad".
        La sangre hirviendo de aquel cura, que había sido alumno, maestro, y Rector del Colegio de San Nicolás de Obispo, y su cerebro lúcido y frío, perfiló una nueva Nación, la que hoy se llama Estados Unidos Mexicanos.
        En su breve lucha precisó metas a lograr: independencia de la Nueva España, abolición de la esclavitud, supresión de castas, y devolución de tierras a las comunidades indígenas.
        Todo un hombre, toda una visión. Padre del porvenir.