Miguel Hidalgo y
Costilla
PADRE DEL PORVENIR El 30 de julio del 1811 fusilaron en Chihuahua,
las fuerzas realistas, a Miguel Hidalgo y Costilla. Su espíritu superior, su
don de mando, su calidad de ser todo un hombre en el amplio sentido de la
palabra, lo acompañó hasta su último momento.
Hacía poco más de diez meses que había contraído
la responsabilidad de ser cabeza del movimiento insurgente. El líder en la
etapa conspiradora fue Ignacio Allende. Los militares conjurados hacían cabeza
al principio de la connivencia.
Pero aquella noche del 15 de septiembre
de 1810, cuando llegó a Dolores el capitán Juan Aldama con el recado de Doña
Josefa Ortiz de Domínguez para que se pusieran a salvo sin demora, mientras los
militares vacilaban temerosos, el cura Hidalgo aplicó la inteligencia, el valor
y la audacia.
En esa reunión nocturna se discutió con
un ardor desconocido por los rebeldes; y cuando parecía ganar la propuesta de
huir, Hidalgo volvió a arengar con seguridad de sí mismo: "Olvídese, pues,
semejante pensamiento, que nada tiene de caballeroso, ni mucho menos algo de
grande."
Y ante eso, una voz de militar protestó:
"Pero... ¿qué otra cosa puede hacerse?
Replicando de inmediato el sacerdote de
aquella parroquia: "Morir... por la libertad".
Y esa respuesta, de momento, los impactó
a todos, inflamándoles el mecanismo de su decisión. Así se convirtió en el cerebro
de ese movimiento, sin capacidad militar cual ninguna, pero con un fuego
interior que iluminaba por sus osadías políticas: "Balleza, en este
momento, sin perder tiempo, me vas a aprehender a los eclesiásticos gachupines.
Tú, Mariano, a los comerciantes gachupines. Aldama, lo mismo, y don Santos
Villa con la misma misión. Todos a la cárcel sin tocar sus intereses."
Estupefactos, todos los citados
protestaron que serían ellos las víctimas de tanta temeridad. A lo que Hidalgo
les respondió: "Así discurren los niños que nunca miden las circunstancia
de una situación. No calculan que las pequeñeces más insignificantes, teniendo
el tacto necesario de unirlas, formarían un todo vigoroso. A la voz contra los gachupines,
mañana todo nos sobra. Al negocio, sin perder un momento; el miedo, a la
faltriquera."
Si se analiza todo lo anterior, formado
con las declaraciones que todos los iniciadores dieron al ser enjuiciados, se
observará que Miguel Hidalgo tenía muy claro que le esperaba la muerte. En
síntesis, los compañeros conjurados, y delatados, lo cuestionaron con el qué
hacer. La primera respuesta fue: "Morir", morir por algo él deseaba
para todos, "la libertad".
La sangre hirviendo de aquel cura, que
había sido alumno, maestro, y Rector del Colegio de San Nicolás de Obispo, y su
cerebro lúcido y frío, perfiló una nueva Nación, la que hoy se llama Estados
Unidos Mexicanos.
En su breve lucha precisó metas a
lograr: independencia de la Nueva España, abolición de la esclavitud, supresión
de castas, y devolución de tierras a las comunidades indígenas.
Todo un hombre, toda una visión. Padre
del porvenir.