Edipo no existió
SIN EL MENOR AGOVIO
Muchos piensan que Edipo fue un
personaje histórico, es decir, real. Aseguran que fue hijo del Layo, Rey de Tebas,
y que su madre fue la Reina Yocasta. La verdad es que no fue así.
Edipo no existió. Sólo es un personaje
de la mitología griega a quien Sófocles tomó como protagonista en dos de sus
obras dramáticas. El mito establecía cómo los dioses imponían el destino a
todos los seres humanos.
Zeus y Apolo, en la mitología,
determinaron que Yocasta y Layo tuvieran un hijo, el cual estaba condenado,
irremisiblemente, ha ser incestuoso con su propia madre, y a matar a su padre. Y
por más que sus padres intentaron deshacerse del niño predestinado, jamás lo
logran, y Edipo llegó a cumplir el encargo divino.
Ese es el hecho central de ese mito: el
cómo los dioses imponen y determinan la vida de los humanos, borrando cualquier
posibilidad de libertad.
Sin embargo, Segismundo Freud, jefe de
tribus de los psicoanalistas que rondan aún por el mundo, interpretó las obras
literarias de Sófocles para formular el llamado "complejo de Edipo",
dictaminando que consiste en el deseo inconsciente de todo niño de mantener una
relación sexual con el progenitor de sexo opuesto, y de matar al progenitor del
mismo sexo.
Apreciando lo anterior como un destino
manifiesto, del que nadie se salva, por el simple hecho de nacer.
Realmente la figura de Edipo como
personaje mítico y literario es tan extremadamente rico que ha generado,
durante más de 25 siglos, una prolífera serie de interpretaciones de toda
naturaleza.
Son variadísimos los puntos de vista a
través de los cuales se ha analizado a Edipo: el poder, el deseo, la muerte, la
vida, la ciencia, la ignorancia, la libertad, el fatalismo, el incesto, el
parricidio, la adivinanza, la ceguera, la profunda y amplia visión, la familia,
el azar, la lucha, la paz, la huida, el temor, la fuerza, la sapiencia, la
sociedad, y otros conceptos similares que parecen, para el caso, inacabables y
profundos.
Empero, lo que sí resulta falso es que
todos los humanos seamos, en el caso de los niños, edipos; y de las niñas
electras, como en contrapartida lo desarrolló Carl G. Jung, discípulo del jefe.
Los flujos del deseo de un niño no
pueden ser jamás equiparables a los torrentes de la pretensión de un
adolescente, de un adulto, o de alguien en avanzada edad. Esas insostenibles
mezclas conducen siempre a error.
Cada ser humano debe de pensar si él, en
alguna de sus etapas infantiles, vivió ese triángulo freudiano: si quiso hacer
suya a su madre como mujer, y asesinar a su padre.
El mismo personaje imaginario Edipo,
cuando cumplió el destino que los dioses le impusieron, no sabía que a quien
mataba era Layo, su verdadero padre, ni imaginó que la mujer con quien casaba
era su madre Yocasta.
Nadie por el simple hecho de nacer es
incestuoso y parricida.