Si hay que reformar o adicionar al
artículo 123 de nuestra Carta Magna, y a sus leyes reglamentarias, debe ser a favor
de los trabajadores de México, y de la clase social que constituyen.
El mejor recurso humano que nuestro país
tiene es el constituido por sus obreros, lo mismo el que es expulsado al
exterior como bracero, que quienes se quedan en nuestro territorio para generar
los bienes y servicios que aquí se producen.
Es cierto que el capitalismo requiere de
capitalistas; empero, jamás sería concebible una empresa, una oficina, una
industria, un rancho, una huerta, un comercio, un hospital, un despacho, un
consultorio, sin trabajadores.
La mano de obra, junto con el talento,
la imaginación y la inteligencia, de la clase trabajadora, es lo fundamental
para la producción. El capital, sólo, no produce ni medio centavo, salvo la
deformación que hace el sistema capitalista, que se inició como revolucionario
para acabar con el feudalismo, pero que ahora, vetusto y contradictorio, es
simplemente explotador, protervo y avieso.
En 1917 el trabajador tenía como negrero
a su patrón individualizado, salvo meritorias excepciones, las que no abundan,
pero existen. En contra de esa explotación, el constituyente aprobó la
protección a los obreros.
Hoy, en 2013, el obrero está sobajado
por un patrón que puede no tener ni rostro ni nombre, sólo es una transnacional
o una sociedad mercantil deshumanizada. Soporta, también, el abuso de líderes
sindicales. Vive, a la vez, en un medio hostil, tanto por una mala seguridad
social, una policía amenazante, una economía brutal que día a día le reduce su
capacidad adquisitiva, gobiernos en no pocas ocasiones adverso, y una educación
pública de dudosa calidad que no alcanza para sus hijos. Todo este mazacote
oscuro genera partes luminosas notables, que se van reduciendo
desgraciadamente.
Esas afectaciones a la clase
trabajadora, y a sus integrantes, no únicamente les viene de la política
interna mexicana, sino de las determinaciones de transnacionales poderosas,
amparadas por el gobierno de los Estados Unidos de América, quienes ejercen su
imperialismo económico a través de instituciones internacionales que manejan
globalizadamente las finanzas, fondo monetario, mercados, bolsas de valores, y
el flujo de todo tipo de recursos.
Pero dentro de esta mundialización,
México tiene que defender a sus obreros, como lo vienen haciendo muchos
gobiernos de naciones desarrolladas.
El derecho de los trabajadores no puede
asesinarlo nadie. Sería muy idiota el patrón que pretenda tal tontería. Quien
lo haga, se suicida.
Cualquier modificación constitucional o
legal, en materia laboral, que no conduzca a que los obreros tengan mayor
ingreso, mejores prestaciones de todo tipo, superior calidad de vida para ellos
y su familia, no debe aprobarse nunca.
Son superiores los trabajadores
mexicanos a los noruegos, a los estadunidenses, a los suecos, a los canadienses,
lo que es superior en aquellos países son sus formas de organización; por ello,
los mexicanos en el extranjero son calificados como altamente productivos.