Uno de los grandes aportes de la
Revolución Mexicana de 1910 fue la de instaurar en nuestro país, como base de
su sistema, la movilidad socioeconómica de la población.
Los ricos de hoy son los pobres del
mañana; es decir, en la escalera económica hay movimiento, movilidad social.
Cualquier pobre puede aspirar, con posibilidades, a capitalizarse económicamente.
Existen naciones y tiempos en donde
quien nace pobre muere pobre, y quienes adviniendo al mundo en familia rica mueren
siendo ricos. En estas épocas y pueblos no existe movilidad socioeconómica cual
ninguna.
Entre los extremos, en esa materia,
pueden verse infinitud de graduaciones; o sea, entre la velocísima movilidad y
la movilidad no percibida por su enorme lentitud existen multitud de escalones.
Agreguemos a lo anterior la relatividad con la que operan los conceptos
"ricos" y "pobres", en nuestra vida cotidiana y dialéctica.
En 1856 el liberal Ponciano Arriaga
externaba ante el Congreso Constituyente las primicias de un socialismo
mexicano: "... debemos corregir para que pueblos y ciudadanos laboriosos
no estén condenados a ser meros instrumentos de producción en provecho
exclusivo del capitalista... no podemos fundar un sistema de gobierno en la
aristocracia del dinero..."
Hoy, de otra manera, se vuelve a
expresar esa idea a través del talento de la periodista Beatriz Pagés: "A
nadie le conviene tener un país donde -según la revista Forbes- sólo 15
personas poseen el 90% de las reservas internacionales contra 60 millones de
pobres que no tienen esperanza de ascenso social".
Si responsable y culturalmente se
observa este asunto, se precisará que en la estructura de todo sistema
socioeconómico se da un binomio formado por: 1.- La forma para organizar la
producción; y, 2.- La forma de distribuir lo producido entre las fuerzas
participantes en esa producción.
Aceptemos, siempre, la forma que genere
mayor calidad y cantidad de lo producido; adoptemos, invariablemente, la forma
que distribuya mejor lo producido.
Debemos de entender que, actualmente,
las vías sociales con posibilidad para distribuir lo producido son la
educativa, la fiscal, y la laboral; y, debido a ello, dichas vías resultan
objetos de la actual política reformista.
Así que a nadie conviene el
desequilibrio que está generando el cimentar nuestras instituciones
republicanas en la aristocracia del dinero, menos aún si esa nobleza monetaria
es extranjera, no importar que se disfrace de charro.
A todos nos preocupa, y agravia, el que
exclusivamente decena y media de personas sean dueñas del 90% de las reservas
internacionales, mientras más de la mitad de los mexicanos carece de toda
esperanza de ascenso social.
En alguna parte de nuestro proceso
histórico se traicionó a esa forma humanista de organizar la movilidad
socioeconómica en México, sacrificándola por un supuesto modernismo a favor de
la concentración de la riqueza, esnobismo que nos conduce a una agudización de
contradicciones que terminará por estallar, provocándonos altos costos para un
cambio que puede conducirse módica e inteligentemente.