El paso del ciclón Ingrid y el huracán
Manuel, al alimón, por parte del territorio nacional ha dejado flotando, además
de muerte y destrucción, un sinnúmero de reflexiones.
Del desastre por exceso de agua México
pasa, con inmediatez, a la catástrofe de la temporada de secas. ¿Qué no hemos
preparado gente capaz para retener el agua precipitada, y conducirla, a su
tiempo, a los sitios de sequía?, ¿tiene que desperdiciarse la abundancia de
agua pluvial, para irse al mar, por nuestra pésima organización?
Ante esas desventuras climatológicas,
¿no hemos podido consolidar una eficaz cultura de la prevención?, no
permitiendo la peligrosa deforestación, no admitiendo las construcciones en
sitios riesgosos, no tolerando por ineptitud o por corrupción obras públicas o
privadas mal hechas.
Frente a estos cataclismos, ¿no contamos
con reservas en dinero, alimentos, herramientas, u otros recursos materiales,
para paliar los efectos nocivos de estos males?; al parecer, no hemos instruido
a la población para que actúe con eficacia e inmediatez para revertir todo
efecto pernicioso ni culturizado a los individuos de la sociedad para tener
reacciones prontas de solidaridad ante la desgracia de los otros.
Todos sabemos que entre mayo y octubre
vivimos en territorio mexicano la temporada de huracanes. ¿Por qué no detectar
y prevenir las hecatombes que éstos puedan provocarnos? ¿No habrá nadie en el
poder público de nuestro país que, visualizando el horizonte predecible atine a
hacer las reformas, que provocan conflictos seguros, fuera de estas temporadas
de destrucciones climáticas?
Los estragos que vive nuestro país, hoy
en día, son por la convergencia de dos frentes torrenciales de carácter
natural, sumados varios frentes motivados por una mala política y una pésima
economía. La pregunta lógica, por ende, resulta ¿cómo es posible que los
mexicanos no estemos preparados, ni nuestro gobierno, para neutralizar
tragedias, restándoles los efectos siniestros, y en cambio sí, a la inversa,
estemos prestos a sumar y multiplicar los conflictos que nos dividen y nos
llenan de pasión?
¿Qué enemigos nuestros, dentro y fuera
de nosotros mismos, hacen que llueva sobre mojado, vierten más petróleo al
incendio, desatan ardientes y nuevos vientos, suman a los terremotos los
sacudimientos sociales, avivan los odios ante las confrontas, y desean que la
sangre de mexicanos no sea de charcos sino de ríos.
De todo lo anterior hay culpables,
¡claro está!; empero, antes de buscarlos para imponerles castigo, debemos
sosegarnos, superar los problemas naturales, dejar que la polvareda levantada
se diluya, para poder observar los horizontes.
Que... ¿qué sigue? Lo que la
responsabilidad y la inteligencia de los mexicanos determine.
No somos ya menores de edad. Debemos
saber cómo detectar los desastres. Entendemos que el agua no sólo destruye,
sino que es elemento indispensable de la vida.
El Sistema Nacional de Protección Civil,
CONAGUA, Asentamientos Humanos, entre otras dependencias, deben ser revisados
con responsabilidad e inteligencia; o... ¿tenemos que esperar a nuevas
tragedias?