Pasó toda una semana en Brasil el Papa
Francisco, y su retórica vaticana fue de amplio espectro, exponiendo conceptos
claros y directos. No fue muy original, pero esos mensajes en voz de un Papa
adquieren relieve.
Llamó a los jóvenes del mundo a que "tomen
la calle y armen lío... los jóvenes deben ser protagonistas del cambio. Superen
la apatía y tengan respuestas para los problemas sociales y políticos".
Ese llamado no tiene nada de novedad.
Tiempos y lugares existen en que los jóvenes, y otros no tan jóvenes, han
tomado las calles y ahí se quedan a acampar por meses, generando el malestar de
muchos, ocasionando verdaderas agresiones económicas, haciendo nugatoria la
libertad de tránsito, y armando verdaderos líos.
La Presidente argentina, Cristina
Fernández de Kirchner, de inmediato aseguró que ese llamado a los jóvenes ya lo
había formulado su extinto marido hace muchos años; y es cierto, pero con un
propósito distinto.
Es de entenderse que el Papa Francisco
no promueve esos líos ni esas tomas, sino la salida del catolicismo a las
calles para que no se quede encerrado en los gruesos muros de los templos
medievales.
Y eso es un avance para los católicos,
quienes no aceptaron en el siglo XVI las tesis de Lutero y de Calvino para
salir a las calles a evangelizar, abandonando todo clericalismo.
Ante miembros de pueblos originales que
viven en el Amazonia externó tesis tradicionales de cómo y por qué cuidar el
medio ambiente, y presentó su simpatía a las tribus que combaten a los
hacendados y granjeros que so pretexto de la civilización invaden ilegalmente
las tierras de los nativos.
Con una tardanza de cinco siglos un
Papa, para este caso Francisco, hizo defensa de la "laicidad del
Estado" en los siguientes términos: "La convivencia pacífica entre
las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que,
sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la
presencia del factor religioso en la sociedad".
Otro tema de vital importancia que tocó
este Papa fue el de la política; y lo hizo mostrando que no tenía pelos en la
lengua.
A la clase dirigente del mundo le
recordó que su más significativa obligación era "erradicar la
pobreza", deber que no ha cumplido.
Agregando: "Se ha perdido la
confianza en la política por el egoísmo y la corrupción de los gobernantes, y
hasta la fe en Dios por la incoherencia de la Iglesia. El futuro nos exige una visión
humanista de la economía, y una política que logre la participación de las
personas. Que a nadie le falte lo necesario... Tengamos sentido ético y cultura
del encuentro... actitudes abiertas y disponibles, sin perjuicios. Si no hay
esto, todos perdemos."
He aquí a un Papa que no ha olvidado la
sencillez, hablando a un mar de gente que cubrió las hermosas arenas de
Copacabana.