En la raíz de la cultura
occidental, en ese territorio que hoy se denomina Grecia, país que desde hace
rato se encuentra provocando graves problemas económicos a la Comunidad
Europea, existieron muchos oráculos.
Sus creencias religiosas de tipo
mítico los condujeron a creer y depender del destino. Todo estaba escrito ya
por los dioses, y los humanos sólo eran seres manipulados por las decisiones
divinas.
Edipo es el ejemplo preclaro de
que todo ser humano nacía con un destino manifiesto. Nadie podía modificar su
futuro. Veníamos al mundo con nuestro porvenir prefabricado.
Por ende, los oráculos estaban
situados en los templos para ser consultados, según los ritos determinados por
cada dios, y dependiendo de la ciudad en donde se habitara.
De todos los oráculos habidos en
los cerca de diez siglos de cultura helénica, el Oráculo de Delfos fue el
importante, el más acertado, el ampliamente conocido.
Ese oráculo tan prestigiado se
encontraba en Delfos, ciudad de la región de Focia, en la ladera suroeste del
Parnaso. Ahí Apolo, dios de la belleza, de las artes, y de la adivinación,
tenía el célebre santuario con una profetisa que, oculta, contestaba a las
preguntas.
Obvio que los consultantes
tenían que llevar regalos, y entre más espléndidos eran éstos, mayor tiempo se
les dedicaba, y mejores respuestas recibían.
Mientras atrás de los templos y
de los dioses haya seres humanos, en todos los tiempos y todos los lugares el
negocio será el mismo. El fenómeno religioso siempre tiene vasos comunicantes
con el económico, el político, y con todos los demás fenómenos sociales.
Pero, en fin, a ese Oráculo de
Delfos se le han encontrado registros desde el siglo VIII antes de nuestra Era,
y prosiguió trabajando con cierta eficacia hasta muy adelantado el siglo II de
la Era en que vivimos.
Y si hasta nuestro Sol tiene
manchas, como los dioses griegos y romanos tuvieron defectos y virtudes, el
Oráculo de Delfos tuvo varias épocas, separadas unas de otras, en que llegó a
entrar en crisis, superándolas más tarde.
Así, la gente dejó de tenerle
confianza. No únicamente por sus desaciertos constantes, sino porque el dios
Apolo, a través de sus pitonisas respectivas, cayó en la corrupción. Verdad es
que las ilícitas ganancias sólo quedaban en manos humanas, pero ese dios sufría
los desgastes.
Heródoto (484-426 antes de
nuestra Era) nos narra en su Historia, con el especial poder de observación que
le caracterizó: “… el rey espartano Cleómenes, quien era insensato e impulsivo,
con un toque de demencia, logró, un año antes de Maratón, persuadir al Oráculo
de Delfos para que declarara que su rival, el rey Demarato, era ilegítimo… Un
año después de Maratón se demostró que Cleómenes sobornó al Oráculo de Delfos
con el fin de destronar a su rival…”
Obsérvese que los sobornos
políticos y las mentiras no son ninguna novedad.