miércoles, 8 de mayo de 2013

La abundancia como fachada JUEGO INTERNO DE LO PERVERSO

       En el primer tomo de El Capital, Carlos Marx escribe: "La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías".
        Y a partir de ahí, en ese libro tan censurado por unos, y tan elogiado por otros, el autor nos explicará el proceso de producción del capital a través de, entre otras cosas, la mercancía.
        Así que la riqueza en esas sociedades se exhibe en enormes espacios repletos tanto de bienes como de servicios, con toda fastuosidad y presumiendo abundancia.
        Lo curioso es que ni en los Estados Unidos todos los bienes y servicios presentados en profusión exuberante, en los inmensos almacenes, alcanzarían para satisfacer a su propia población.
        Acontece lo mismo en México, pero agravado. Todas las sucursales de los enormes depósitos gringos situados en nuestro territorio no podrían expiar las urgencias de 120 millones de mexicanos.
        Sólo pueden adquirir la mercancía ahí ofertada los compradores con posibilidad económica para pagar los precios indicados.
        La mayoría de la población tiene que abstenerse de asistir a esos hermosos y complejos centros comerciales y, ahora, una clase media bastante menguada ve, en estas atrayentes plazas expositoras, la posibilidad de distraerse con los escaparates, con la congregación humana circulando en los pasillos, o comprándoles chucherías de poco valor, durante los días feriados.
        Pero eso se da en las capitales de las entidades federativas, en la del país, y en algunas ciudades con cierto desarrollo. En el resto de México no existen estas fachadas de la abundancia; existe, a la vista, pobreza, desempleo, y por ende violencia ejercida y sentida cada vez más en todo el territorio nacional.
        En el frontis de nuestro sistema socioeconómico se ve acumulación en derroche; pero, en la realidad y en su dentro hay escasez. En el discurso se pregona la honradez; en las conductas cotidianas se viene agudizando la descomposición.
        Cínicamente rendimos homenaje a nuestros héroes; empero, nuestras acciones reales se asemejan más a la de los villanos de la historia.
        Hemos aprendido a escuchar, en cada caso importante, que ahora sí se aplicará la ley, caiga quien caiga, y hasta sus últimas consecuencias, ya que nadie se encuentra por encima del derecho; sin embargo, hemos comprendido que todo ese decir constituye la retórica de la mentira.
        Una es la fachada del sistema en que vivimos o sobrevivimos, y otra es su realidad interior.
        Estudiemos bien los fenómenos sociales que ocultan el juego interno de ese perverso mecanismo, para impulsar un cambio, con una superior forma de organización.
        No es válido mentirle al pueblo de México, o a la sociedad en su conjunto ni a los individuos que la integran. Entre más poderoso sea el emisor de la falsedad, peor es su falta. El fachadismo en todo fenómeno social nos hace daño.