Ese
imaginario proceso, radicado en un órgano jurisdiccional de un país como
México, en subdesarrollo, no prosperaría, cayendo en una ridícula actuación que
pudiera irritar al poderoso gobierno estadunidense, a efecto de propinarnos
coscorrones económicos, o un simple bofetón diplomático que nos ocasione daños.
Nuestro
juicio mexicano en contra de un ex presidente gringo sería una comedia; empero,
a la inversa, un juicio gringo en contra de un ex presidente mexicano es una
tragedia. La diferencia está en el "poder". Ellos pueden, y nosotros
no podemos. Allá está el poder económico, el político, el militar.
Acá,
antes teníamos la dignidad ética, ahora hasta eso hemos perdido. Y no sólo
nosotros, sino todos los países condenados y pobres de la Tierra. En este siglo
XXI el poderío gringo ha hecho caer gobiernos, y ha asesinado a los Jefes de
Estado en desgracia. Para qué citar nombres, si están frescos en el recuerdo de
todos.
Y
frente a esa realidad, dura es la vida para quien ha ganado todo, y en un
segundo lo pierde todo. Sentimos asombro y afección por lo seres humanos que,
llegando a ser tan poderosos, caen de esa cúspide del poder, porque otros más
poderosos así lo deciden.
Claro
que la Historia del Hombre está llena de esos ejemplos; empero, para no
perdernos en tiempos y espacios ajenos, observemos a quienes han llegado a ser
Presidentes de México, y aún viven.
Al
vigoroso Luis Echeverría Álvarez, quien clavaba sus ojos miopes y severos, a
través de los cristales incoloros de sus anteojos, sin parpadeos, al escuchar
la lapidaria y retórica frase de Augusto Gómez Villanueva: "México se
incendia a la orden del Presidente Luis Echeverría, y a la orden de él se
apaga"; ahora, en su ancianidad, sin poder y vulnerable, los incendiarios
y los bomberos de moda lo tienen en jaque, y él, prefiere no viajar a los
Estados Unidos de América.
Cuando
nos habíamos acostumbrado a observar al poderoso Carlos Salinas de Gortari,
sentimos estupor al verlo tímido y resentido sobre una cama y en huelga de
hambre, protestando contra actos de autoridad de sus antiguos subalternos,
promovidos por él. Su debilidad, en ese momento, parecía increíble. Y en su
oportunidad prefirió que su exilio no fuese en los EU.
Duro
es que de la silla presidencial pasen, sin más, al banquillo de los acusados.
¿Quién sigue?, y ¿qué debemos hacer los mexicanos?