miércoles, 11 de enero de 2012

De la Silla Presidencial AL BANQUILLO DE LOS ACUSADOS

           Si todo es posible en un mundo trastocado, tan anárquico como loco, entonces mañana podríamos despertarnos con la noticia de que el Juzgado Primero de lo Penal de este Distrito Judicial de Morelia ha instado juicio en contra del ex presidente George W. Bush, girando orden de aprehensión en su contra, a efecto de que responda por la muerte de algunos cuantos miles de seres humanos en el Medio Oriente.
            Ese imaginario proceso, radicado en un órgano jurisdiccional de un país como México, en subdesarrollo, no prosperaría, cayendo en una ridícula actuación que pudiera irritar al poderoso gobierno estadunidense, a efecto de propinarnos coscorrones económicos, o un simple bofetón diplomático que nos ocasione daños.
            Nuestro juicio mexicano en contra de un ex presidente gringo sería una comedia; empero, a la inversa, un juicio gringo en contra de un ex presidente mexicano es una tragedia. La diferencia está en el "poder". Ellos pueden, y nosotros no podemos. Allá está el poder económico, el político, el militar.
            Acá, antes teníamos la dignidad ética, ahora hasta eso hemos perdido. Y no sólo nosotros, sino todos los países condenados y pobres de la Tierra. En este siglo XXI el poderío gringo ha hecho caer gobiernos, y ha asesinado a los Jefes de Estado en desgracia. Para qué citar nombres, si están frescos en el recuerdo de todos.   
            Y frente a esa realidad, dura es la vida para quien ha ganado todo, y en un segundo lo pierde todo. Sentimos asombro y afección por lo seres humanos que, llegando a ser tan poderosos, caen de esa cúspide del poder, porque otros más poderosos así lo deciden.
            Claro que la Historia del Hombre está llena de esos ejemplos; empero, para no perdernos en tiempos y espacios ajenos, observemos a quienes han llegado a ser Presidentes de México, y aún viven.
            Al vigoroso Luis Echeverría Álvarez, quien clavaba sus ojos miopes y severos, a través de los cristales incoloros de sus anteojos, sin parpadeos, al escuchar la lapidaria y retórica frase de Augusto Gómez Villanueva: "México se incendia a la orden del Presidente Luis Echeverría, y a la orden de él se apaga"; ahora, en su ancianidad, sin poder y vulnerable, los incendiarios y los bomberos de moda lo tienen en jaque, y él, prefiere no viajar a los Estados Unidos de América.
            Cuando nos habíamos acostumbrado a observar al poderoso Carlos Salinas de Gortari, sentimos estupor al verlo tímido y resentido sobre una cama y en huelga de hambre, protestando contra actos de autoridad de sus antiguos subalternos, promovidos por él. Su debilidad, en ese momento, parecía increíble. Y en su oportunidad prefirió que su exilio no fuese en los EU.
            Duro es que de la silla presidencial pasen, sin más, al banquillo de los acusados. ¿Quién sigue?, y ¿qué debemos hacer los mexicanos?