Ernest
Solvay (1838-1922) fue un joven belga a quien la enfermedad le impidió realizar
estudios superiores. Desde los 21 años entró a trabajar como obrero en la
industria química, en una fábrica de su tío. Su esfuerzo personal, y su
autodidactismo, lo condujeron a ser dueño de muchas empresas, e inmensamente
rico.
Patentó un sistema para producir sosa,
de la mejor calidad, y a bajo precio. Se dedicó, en diversos países, a la fabricación del vidrio, a
la industria metalurgia, y a la producción de detergentes. Apreció la
investigación científica, e invirtió en ella. Aplicó teorías sociales en sus
empresas: jornada de 8 horas, sistema de seguridad social, en enfermedad y
accidentes, incluyendo la pensión, vacaciones pagadas, y capacitación para sus
trabajadores. Fue senador dos veces, y ministro de estado en su país.
Solvay a finales de 1911, con el perfil que he sintetizado,
invitó a 20 científicos reconocidos de ese tiempo a intercambiar conocimientos,
con todos los gastos pagados, más una cantidad extra para cada asistente. La
sede fue el Grand Hotel Metropole.
Asistieron, entre otros, Hendrik Lorentz, quien siendo el
más destacado, en ese entonces, actuó como presidente en los debates; Max
Plank, Henri Poincaré, Marie Curie, Ernest Rutherford, Wilhelm Wien, Walther
Nernst, y el más joven, Ernest Einstein. El tema fue "el problema cuántico
y la estructura atómica", y quien inició las exposiciones fue Einstein,
con teorías novedosas "sobre los calores específicos en los átomos que se
presentan en forma de paquetes discretos", teoría que todos los
congresistas reprobaron.
De ahí salió enojado Einstein, calificando aquel encuentro
como "aquelarre de brujas". Empero, los reprobados hoy, en materia
cuántica, son los reprobadores de ayer.
Al joven Einstein le asistía la razón, salvo que, habiendo
obtenido conocimientos avanzados en la materia, era impulsivo y soberbio,
careciendo de la humildad que debe acompañar al saber científico.
Al respecto, es muy informativa la carta que Einstein
dirige a su amigo Michele Besso el 26 de diciembre del 1911: "Plank se
aferra tercamente a presupuestos indudablemente erróneos... Poincaré
simplemente adoptó una actitud negativa en general... pese a no estar de acuerdo
con lo expuesto por mí, reconozco que Lorentz es ¡una obra de arte viviente! En
mi opinión es el más inteligente de todos los teóricos presentes... El congreso
de Bruselas parecía las lamentaciones por las ruinas de Jerusalén. Nada
positivo ha salido de él".
Cinco nuevas invitaciones formuló aquel multimillonario
Solvay para encuentros científicos similares. Y, curiosamente, el público
asistente a esos congresos era solamente él. Escuchaba y aprendía, tomando
aquellos conocimientos para mejorar a sus empresas.
Por su parte, Einstein siguió tercamente predicando:
"El respeto ciego por la autoridad es el mayor enemigo de la verdad".
Y... ¿si esto lo aplicamos a la ciencia política?