lunes, 5 de diciembre de 2011

Congresos Solvay AQUELARRE DE BRUJAS

         Hace 100 años que se realizó en Bruselas, Bélgica, el primer Congreso Solvay. Para el mundo de aquel entonces generó revuelo, y expectativas; hoy, casi nadie lo recuerda.
          Ernest Solvay (1838-1922) fue un joven belga a quien la enfermedad le impidió realizar estudios superiores. Desde los 21 años entró a trabajar como obrero en la industria química, en una fábrica de su tío. Su esfuerzo personal, y su autodidactismo, lo condujeron a ser dueño de muchas empresas, e inmensamente rico.
          Patentó un sistema para producir sosa, de la mejor calidad, y a bajo precio. Se dedicó, en diversos países, a la fabricación del vidrio, a la industria metalurgia, y a la producción de detergentes. Apreció la investigación científica, e invirtió en ella. Aplicó teorías sociales en sus empresas: jornada de 8 horas, sistema de seguridad social, en enfermedad y accidentes, incluyendo la pensión, vacaciones pagadas, y capacitación para sus trabajadores. Fue senador dos veces, y ministro de estado en su país.
          Solvay a finales de 1911, con el perfil que he sintetizado, invitó a 20 científicos reconocidos de ese tiempo a intercambiar conocimientos, con todos los gastos pagados, más una cantidad extra para cada asistente. La sede fue el Grand Hotel Metropole.
          Asistieron, entre otros, Hendrik Lorentz, quien siendo el más destacado, en ese entonces, actuó como presidente en los debates; Max Plank, Henri Poincaré, Marie Curie, Ernest Rutherford, Wilhelm Wien, Walther Nernst, y el más joven, Ernest Einstein. El tema fue "el problema cuántico y la estructura atómica", y quien inició las exposiciones fue Einstein, con teorías novedosas "sobre los calores específicos en los átomos que se presentan en forma de paquetes discretos", teoría que todos los congresistas reprobaron.
          De ahí salió enojado Einstein, calificando aquel encuentro como "aquelarre de brujas". Empero, los reprobados hoy, en materia cuántica, son los reprobadores de ayer.
          Al joven Einstein le asistía la razón, salvo que, habiendo obtenido conocimientos avanzados en la materia, era impulsivo y soberbio, careciendo de la humildad que debe acompañar al saber científico.
          Al respecto, es muy informativa la carta que Einstein dirige a su amigo Michele Besso el 26 de diciembre del 1911: "Plank se aferra tercamente a presupuestos indudablemente erróneos... Poincaré simplemente adoptó una actitud negativa en general... pese a no estar de acuerdo con lo expuesto por mí, reconozco que Lorentz es ¡una obra de arte viviente! En mi opinión es el más inteligente de todos los teóricos presentes... El congreso de Bruselas parecía las lamentaciones por las ruinas de Jerusalén. Nada positivo ha salido de él".
          Cinco nuevas invitaciones formuló aquel multimillonario Solvay para encuentros científicos similares. Y, curiosamente, el público asistente a esos congresos era solamente él. Escuchaba y aprendía, tomando aquellos conocimientos para mejorar a sus empresas.
          Por su parte, Einstein siguió tercamente predicando: "El respeto ciego por la autoridad es el mayor enemigo de la verdad".
          Y... ¿si esto lo aplicamos a la ciencia política?