martes, 27 de diciembre de 2011

Ponciano Arriaga CORRER TRAS UNA SOMBRA

                 La Constitución Política de 1857 debió ser la gran Carta Magna del liberalismo mexicano; sin embargo, no lo fue. La frenaron los grupos conservadores de la época, junto con los peligrosos moderados de ese tiempo.
                   Zarco, Mata, Ramírez, y Ocampo, argumentaban con energía progresista para que en esa norma jurídica fundamental se incluyeran las Leyes de Reforma que, actualizadas por esa generación, habían iniciado José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías en el 1833.
                   Empero, la mayoría fue convencida, pues tenía miedo de avanzar, y temor de retroceder. El discurso reiterativo de las conciencias tranquilas fue, en esencia: "No nos equivoquemos; la opinión de las mayorías parlamentarias no es la opinión pública... Una mayoría de esta asamblea que declara en favor de la tolerancia religiosa no daría por esto una ley, ni mucho menos una ley constitucional. El país la repudiaría, y la ley quedaría sólo escrita..."
                   Así que en ese congreso constituyente quedaron frenados los liberales, y esa Constitución del 57 fue producto de los contemporizadores crónicos, los que provocaron que México más tarde estuviera en grave riesgo, pagando mayor costo.
                   Sin embargo, en esa asamblea se escuchó un discurso extraordinario, pero fuera de aquel contexto confrontado. La lucha era entre liberales y conservadores, con una tercera fuerza que la formaban los tanteadores del centro, más inclinados a conservar, que ha realizar cambios liberales. Y de repente, como un rayo caído por sorpresa, el presidente de la Comisión Constitucional, Ponciano Arriaga, hace uso de la palabra.
                   Sólo se le conoce ese discurso; y es curioso que exclusivamente por él, Ponciano Arriaga sea una figura destacada en la historia del parlamentarismo mexicano: "Se proclaman ideas y se olvidan las cosas... La Constitución debería ser la ley de la tierra... ¿Hemos de practicar un gobierno popular, y hemos de tener un pueblo hambriento, desnudo y miserable?, ¿no habría más franqueza en negar a nuestros cuatro millones de pobres toda participación en los negocios públicos, toda opción a los empleos públicos, todo voto activo y pasivo en las elecciones, declararlos cosas y no personas, y fundar un sistema de gobierno en que la aristocracia del dinero, y cuando mucho la del talento, sirviera de base a las instituciones?..."
                   Y prosiguió: "Se han desechado reformas políticas que esta comisión había acogido... pero y las reformas sociales... es conducente definir y y fijar el derecho de propiedad, a procurar de un modo indirecto la división de los inmensos terrenos que se encuentran en poder de muy pocos poseedores, a corregir los infinitos abusos que se han introducido y se practican todos los días... la riqueza territorial y agrícola del país, estancada y reducida a monopolios insoportables, mientras que tantos pueblos y ciudadanos laboriosos están condenados a ser meros instrumentos pasivos de producción en provecho exclusivo del capitalista... o a vivir en la ociosidad o en la impotencia, porque carecen de capital para ejercer una industria..."
                   ¡He aquí la sombre de un socialismo temprano!