lunes, 27 de junio de 2011

Ni crispación ni Violencia RAZONES, SÓLO RAZONES

            Una costumbre en México es el autoritarismo, y le viene de raíces históricas, y se ha venido modelando a través de los tiempos. Sujetos autoritarios, en el poder público, han sido muchos.
            Ayer fue Moctezuma, o Hernán Cortés, o Porfirio Díaz; y hoy es Felipe Calderón Hinojosa. Todos ellos con su propia personalidad, circunstancias diversas, desarrollos distintos, súbditos diferentes, y opositores disímiles.
            Empero, en todos los autoritarismos existe un hilo de parentesco político, un plasma sociológico común, una satrapía consanguínea familiar, aunque el sucesor en turno niegue de palabra a sus antepasados, en virtud de su despotismo particularísimo.
            Consuetudinariamente el poder se concentra en un solo hombre, y éste dispone del erario y de las fuerzas públicas. Obvio que, cuando la costumbre era ley y ni siquiera había alfabeto para escribirlas, la fuerza del uso cotidiano era equivalente a la potencia del derecho.
            Ahora la ley ordena una cosa, y el poderoso, en el ejercicio de su cargo, hace lo que su voluntad y/o su interés le dicta.
            Así, por ejemplo, nuestra Carta Magna ordena que el ejército tenga en tiempos de paz únicamente por funciones las que exactamente corresponden a la disciplina militar, y que en ningún caso y por ningún motivo extiendan las fuerzas armadas del país su jurisdicción en los civiles.
            Eso dispone la Constitución, la Ley Suprema, pero la costumbre es que el Presidente de México apreste a nuestras fuerzas armadas a cumplir sus órdenes, aunque éstas se encuentren al margen o en contra de nuestra Ley Fundamental.
            Por eso el Presidente Felipe Calderón los trae inconstitucionalmente de policías, a veces deteniendo civiles por razones político electoreras, y desde el Castillo de Chapultepec y frente al poeta Sicilia y a las víctimas y simpatizantes que ahí estuvieron presentes, expresa que pide perdón por los muertos, pero no por haber utilizado a las fuerzas armadas en contra de la delincuencia.
            De tal suerte que no pide perdón, de ninguna manera, por haber violado la Constitución que protestó cumplir y hacer cumplir.
            En cambio, el Presidente Felipe Calderón Hinojosa desde la Universidad de Stanford, en los Estados Unidos de América, discurseó en contra del autoritarismo, inmediato anterior al de él, sin entrar al fondo de nuestra histórica carga autoritaria, y sus razones.
            Realmente, en el fondo de este problema, tenemos la fuerza de la costumbre autoritaria, y la debilidad de las leyes que desean implantar una democracia que ni siquiera es electoral, sino sólo electorera, y sin bases educativas, económicas, familiares, religiosas, políticas, culturales ni éticas.
            En este artículo tampoco hay crispación ni violencia; sólo razones, simplemente razones.