lunes, 3 de enero de 2011

O TRABAJAN, O DELINQUEN

O los Educamos, o los Padecemos
O TRABAJAN, O DELINQUEN                                                                                
            Con el año 2010 dejamos atrás las festividades oficiales de coyuntura histórica: el bicentenario del inicio de la lucha por la Independencia de México encabezada por Miguel Hidalgo y Costilla, y el centenario del empiece de la Revolución Mexicana convocada por Francisco Ignacio Madero, y otros, a través del Plan de San Luis.
            El mundo oficial se negó a recordar al sesquicentenario del Código de la Reforma, con un contenido de leyes instauradoras del actual Estado Civil, el que jurídicamente suplió a un Estado Eclesiástico, tan terco, que no ha terminado de irse.
            De aquellas fiestas oficiales del bicentenario y del centenario sólo queda el recuerdo del ruido de los cohetones, del olor a la pólvora desperdiciada, de las luces deslumbrantes de los fuegos de artificio, y de una escultura efímera que se empeñaba en ser la figura de un insurgente de cerca de 10 metros de altura, quizá hecha con mortero cementado, en dos partes dividida a partir de la cintura, la que fue puesta de pié a través de grúas por algunos minutos estelares y exhibida por las televisoras ante millones de espectadores, los que nerviosos e inquietos nos preguntábamos ¿qué iba a hacer ese gigante?
            Pero, al final, no hizo nada aquel monote; ni pensó ni habló ni actuó en contra ni a favor de nada ni de nadie. Como simple escombro inútil y estorboso ha quedado en el basurero de una bodega gubernativa, acaso, como fiel símbolo de las fiestas oficiales a que hacemos referencia.
            Nuestro gobierno informó que habían costado 3 mil millones de pesos esas celebraciones y espectáculos, a los que personalmente asistieron poquísimos de los más de 112 millones de mexicanos. Todo fue virtual, como ahora se dice, menos el gasto millonario.
            Hoy todo es virtual, y a todos les gusta poner ese calificativo, convirtiéndolo en sustantivo, jugando con la palabra, aunque no entiendan cabalmente su conceptualización.
            Llegado el año 2011, tanto el Presidente de la República como todos y cada uno de los gobernadores de las Estados, y el jefe del gobierno del Distrito Federal, virtualmente nos envían su mensaje de año nuevo, recadito que nos cuesta su publicación más en la realidad, de lo que nos aporta virtualmente.
            Y todos esos anuales mensajes, en el fondo, expresan lo mismo cada año: buenos deseos; renovación de promesas incumplidas; anuncian balances que no se hacen; señalamiento de que el fin de un año y el inicio de otro es “oportunidad para hacer un alto en el camino, reconocer aciertos y errores”, aunque los supuestos aciertos se cacarean exageradamente, y los errores, hasta los que están a la vista, nunca se mencionan y analizan; formulación de votos para redoblar esfuerzos; convocatorias a la unidad y al trabajo, etcétera, etcétera.
            Frente a esos costosos e inútiles mensajes nos encontramos, entre otros, con dos grandes problemas de México: el enorme desempleo, y el brutal rezago educativo.
            Según estimaciones de la propia Secretaría de Educación Pública, publicadas en este 2011, “cuatro de cada diez mexicanos mayores de 15 años se encuentran en rezago educativo”, y en parecida proporción, sin posibilidades de trabajo.
            Ante ese panorama nada halagüeño, estamos ante las opciones: o los educamos, o los padecemos; y, o trabajan, o delinquen. Y para resolver esto requerimos de buenos gobiernos.