lunes, 21 de junio de 2010

IN NÓMINE DEI


José Saramago
IN NÓMINE DEI
                                                          
            Arremeter en contra de un recién fallecido es, amén de perder la batalla, carecer de ética. Esa actitud inmoral la ha tenido, ante un José Saramago en exequias, el diario vaticano L'Osservatore Romano, al acusar a este escritor portugués, Premio Nobel 1998, de ser “un populista extremista de ideología antirreligiosa y anclado en el marxismo.
            El artículo lo firma Claudio Toscani, pero el rotativo vespertino de la Santa Sede lo hace suyo al publicarlo como un obituario oficial. Y tanto el editor como el articulista se equivocan. Saramago nunca ejerció de populista, pero su origen campesino, su talento literario, su sensibilidad social a favor de los pobres de la Tierra, y su conducta sencilla, lo convirtieron en una persona popular.
            Nunca fue extremista, ni en su militancia comunista ni en sus letras; además, su ideología jamás fue antirreligiosa, aún siendo un ateo confeso, ya que apreció al pensamiento religioso como una maravillosa parte del Hombre que puede tornarlo en más humano.
            Y su marxismo nunca fue un ancla ante la libertad de su pensamiento, tan sin galga, tan sin amarras.
            En mi hogar, desde la segunda mitad de los años ochentas del siglo XX, hemos leído las obras de José Saramago. Con mi esposa y mis hijos degustamos más sus novelas que sus poesías, acaso por ser un producto más maduro y de sensatez incontrovertible.
            Corro el riesgo de que alguien no lo entienda; pero en casa, a un can inteligentemente activo, y de estampa soberbia, a quien mucho se quiso como parte de la propia familia, mis hijos lo nombraban Saramago, para invocar siempre a un literato que enlistamos entre nuestros favoritos.
            Hace unos días dejó la vida ese extraordinario escritor. Con honores civiles y militares lo despidieron España y Portugal. Vivía en las dos naciones, y las dos mujeres con las que se desposó, cada una en su tiempo, fueron, la primera portuguesa, y la segunda española.
            Dentro de las utopías del literato navegaba la idea de crear un solo país: una Iberia unida, que fuera una balsa de piedra desprendida de Europa, en donde "Dios es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio", y en donde el ensayo sobre la ceguera no tuviera vigencia nunca, para que la gente con todos sus sentidos pudiera observar y vivir lo nunca visto: que la muerte suspenda su trabajo letal, sin que nadie envejezca.
            Siempre fue agudo, y fue un hombre de constante compromiso. El Evangelio según Jesucristo no es una obra irreverente como lo afirma el Vaticano, ya que en su sencillez metafísica tampoco desafía la memoria cristiana, sino que, por el contrario, al aceptar sus registros los enriquece.
            No mete cizaña en el evangélico campo de grano con esa literatura, sino que le inyecta abono y fumigantes modernos. Es milagroso el pasaje de la concepción de María en este nuevo Evangelio. Invitó a todos a que lo lean, y sientan la conmoción ante el hecho simple de que el Hijo de Dios se convierta en Hombre.
            La gente que tuvo el honor de conocer a Saramago (quien realmente debió llamarse José Sousa Piedade, y a quien por un error en el registro le pusieron Saramago) lo quiere; y quienes sólo lo hemos leído lo admiramos. Ambos hemos aprendido de él; y hasta los que in nómine Dei pretenden linchar al muerto, en actitud poco católica, se ve que también han recibido lecciones de ese sobresaliente literato.