miércoles, 17 de junio de 2015

Para Eduardo Galeano
PROSIGUEN LOS HOMENAJES
        Sus lectores siguen leales; su público continúa recordándole. Como que ya lo echan de menos, y no se resignan a su muerte. Actúan como huérfanos de su escritor favorito.
        Nació en Montevideo, Uruguay, en 1940, y murió ahí mismo, pero en el año que transcurre, este 2015 tan lleno de sorpresas; empero, los grandes escritores son más de donde los han leído, que de los sitios en que los han parido.
        Su nombre real fue demasiado largo, y poco atractivo: Eduardo Germán María Hughes Galeano. Sin embargo, su nombre literario de capicúa le resultó aceptable con las dos "G".
        Han pasado más de dos meses de su fallecimiento, en ese 13 de abril, y sus honras fúnebres, convertidas en ceremonias literarias, sobreviven tan radiantes.
        No tuvo una formación académica como escritor. La vida fue su escuela formativa. Trabajó como obrero en una fábrica. Sus actividades laborales fueron de dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco, y algunos otros oficios irrelevantes, a pesar de haber nacido en una clase media y con ascendencia italiana, española, galesa y alemana.
        Su trabajo en el semanario Marcha lo encaminó a ser un destacado escritor. Curiosamente en ese mismo órgano informativo colaboraron gente como Mario Vargas Llosa, Roberto Fernández Retamar, Mario Benedetti, y Manuel Maldonado.
        Su pasión por el fut bol es conocida, y su destino en la relación matrimonial lo condujo a tres casorios. El periodista argentino Fabián Kovacic escribió una biografía de Galeano, pero al conocerla éste, el mismo se encargo de desautorizarla.
        Recientemente se le rindió un homenaje en la Ciudad de México. Elena Poniatowska, Jaime Labastida, Marta Lamas, Gilberto Prado Galán, y Alfredo López Agustín, disertaron sobre Eduardo Galeano.
        Poniatowska recordó lo que el uruguayo dijo durante una plática: "Yo creo en los libros que cambian a la gente. La prueba de que la palabra humana funciona está en quien la recibe, no en quien la da. Un texto es a mi juicio bueno cuando cambia a quien lo lee, cuando lo transfigura. Yo leo eso y dejo de ser lo que era porque me he convertido en otra cosa a partir de la persona que yo era. He multiplicado la energía que no sabía que tenía, se han encendido en mí fueguitos de la memoria, capacidades de indignación, de asombro, fuentes de belleza que me crecen adentro y que son estimuladas por esas palabras que recibí. Esa es la palabra viva, la que vale la pena, la otra la que te deja como estabas, puede sonar muy bien, pero no me sirve."
        Al recordar Elena los anteriores conceptos, agregó: "Galeano nos repartió palabras vivas, historias como dardos, cuentos de tres líneas, intuiciones de su espíritu generoso y bello, novelas en miniatura, bofetadas al bienpensante, fábulas y consejas... con su partida nos enseñó a morir dignamente..."
        Repartir palabras que sirvan tiene sentido, pero no sólo para morir dignamente, sino para siempre vivir con decoro.