Para Eduardo Galeano
PROSIGUEN LOS
HOMENAJES
Sus lectores siguen leales; su público
continúa recordándole. Como que ya lo echan de menos, y no se resignan a su
muerte. Actúan como huérfanos de su escritor favorito.
Nació en Montevideo, Uruguay, en 1940, y
murió ahí mismo, pero en el año que transcurre, este 2015 tan lleno de
sorpresas; empero, los grandes escritores son más de donde los han leído, que
de los sitios en que los han parido.
Su nombre real fue demasiado largo, y
poco atractivo: Eduardo Germán María Hughes Galeano. Sin embargo, su nombre
literario de capicúa le resultó aceptable con las dos "G".
Han pasado más de dos meses de su
fallecimiento, en ese 13 de abril, y sus honras fúnebres, convertidas en
ceremonias literarias, sobreviven tan radiantes.
No tuvo una formación académica como
escritor. La vida fue su escuela formativa. Trabajó como obrero en una fábrica.
Sus actividades laborales fueron de dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo,
cajero de banco, y algunos otros oficios irrelevantes, a pesar de haber nacido
en una clase media y con ascendencia italiana, española, galesa y alemana.
Su trabajo en el semanario Marcha lo
encaminó a ser un destacado escritor. Curiosamente en ese mismo órgano
informativo colaboraron gente como Mario Vargas Llosa, Roberto Fernández
Retamar, Mario Benedetti, y Manuel Maldonado.
Su pasión por el fut bol es conocida, y
su destino en la relación matrimonial lo condujo a tres casorios. El periodista
argentino Fabián Kovacic escribió una biografía de Galeano, pero al conocerla
éste, el mismo se encargo de desautorizarla.
Recientemente se le rindió un homenaje
en la Ciudad de México. Elena Poniatowska, Jaime Labastida, Marta Lamas,
Gilberto Prado Galán, y Alfredo López Agustín, disertaron sobre Eduardo
Galeano.
Poniatowska recordó lo que el uruguayo
dijo durante una plática: "Yo creo en los libros que cambian a la gente.
La prueba de que la palabra humana funciona está en quien la recibe, no en
quien la da. Un texto es a mi juicio bueno cuando cambia a quien lo lee, cuando
lo transfigura. Yo leo eso y dejo de ser lo que era porque me he convertido en
otra cosa a partir de la persona que yo era. He multiplicado la energía que no
sabía que tenía, se han encendido en mí fueguitos de la memoria, capacidades de
indignación, de asombro, fuentes de belleza que me crecen adentro y que son estimuladas
por esas palabras que recibí. Esa es la palabra viva, la que vale la pena, la
otra la que te deja como estabas, puede sonar muy bien, pero no me sirve."
Al recordar Elena los anteriores
conceptos, agregó: "Galeano nos repartió palabras vivas, historias como
dardos, cuentos de tres líneas, intuiciones de su espíritu generoso y bello,
novelas en miniatura, bofetadas al bienpensante, fábulas y consejas... con su
partida nos enseñó a morir dignamente..."
Repartir palabras que sirvan tiene
sentido, pero no sólo para morir dignamente, sino para siempre vivir con
decoro.