Síntomas dramáticos
SANGRIENTOS JUEGOS
INFANTILES
Generalizar casos singulares es absurdo.
Negar los casos singulares, y no comprenderlos en su cabalidad, es toda una
irresponsabilidad.
El crimen cometido recientemente en el
Estado de Chihuahua por cinco adolescentes, en contra de un niño de 6 años, no
lo cometen todos los niños mexicanos, pero es un síntoma dramático de lo que
vive México, pero también muchos países del mundo.
Los niños actuales son los productos de
nuestra generación; y por nuestros frutos nos conocerán, según el concepto
bíblico.
Cinco menores de edad asesinan con saña,
alevosía, ventaja y traición, al niño Christopher, desfigurándole su rostro,
sin respeto para su cadáver, enterrándole para borrar huellas, colocando un
perro muerto encima de la tumba. Esto revela como fiel espejo las sucias
oscuridades del tiempo violento de sus mayores.
Nuestra Constitución y sus leyes, en sus
hipótesis generales, impersonales y abstractas, ordenan que esos menores son
inimputables, y en obediencia a nuestro sistema jurídico, así debemos de
tratarlos, ya que para ser sujeto activo de delito deben cumplirse 18 años, y
el mayor de esos infractores apenas cuenta con 15 años.
Sin embargo, ser imputable sólo por
llegar a los 18 es un error grave del sistema jurídico mexicano, ya que se es
imputable cuando se tiene la capacidad de entender y de querer, con
independencia de la edad.
Y si México decidió indicar los 18 años,
como requisito para lograr la imputabilidad, es por ser más fácil y barato
aludir a la edad, que andar probando en cada infractor su capacidad
personalísima para entender y querer sus actos, y las consecuencias de su
conducta.
Empero, dentro de esos 5 adolescentes
debe haber uno, o dos, o tres, o cuatro, o todos, que saben lo que hicieron,
entendieron lo que provocaron, desearon la ejecución de su acto u omisión, y
quisieron sus consecuencias. Los resultados así lo evidencian.
Pero tiene tantas facetas este problema,
que puede ser que la culpa también la tenga que cargar Fuenteovejuna, o sea la
sociedad enferma que produce a este tipo de menores infractores, cometiendo
actos que en los mayores serían sanguinarios delitos, crímenes espeluznantes.
¿Quién enseña a nuestros niños, a
nuestros adolescentes, a nuestros jóvenes, a asesinar, a robar, a secuestrar, a
violar, a defraudar, a mentir? Los adultos, a través de sus conductas en los
hogares, las calles, sitios públicos, en las películas de videos caseros, en
los canales de televisión, en los cines, la radio, en los periódicos y
revistas, en el internet, en todos los medios masivos de comunicación. Todo
enseña, lo malo y lo bueno. Y esta generación parece privilegiar a lo pésimo.
Y las políticas públicas al respecto son
equívocas, o nulas. ¿Hasta cuándo le pondremos un hasta aquí, social, cultural
y educativo, económico y laboral, a tanta maldad.
Las medidas policiacas y militares se
requieren, inteligentemente y dosificadas; pero las medidas económico
laborales, culturales educativas, urge aplicarlas, bien fortalecidas y
adecuadamente encauzadas.