martes, 9 de septiembre de 2014

Decir la verdad
INICIO DE LA HONRADEZ                   
        Los purépechas desde sus orígenes, y aún en el siglo XVI, acostumbraban recibir a sus visitas con la expresión de cortesía: "Bienvenidos. Si vienen con la verdad seremos hermanos."
        Tal saludo y mensaje pondera a la "verdad" como un valor importante, ya que la mentira corrompe al individuo y a la sociedad en que éste vive; por ello, el saludo constante de nuestros antepasados es tan sencillo como profundo.
        Sin embargo, lo humano no es ajeno ni a la verdad ni a la mentira, si por verdad entendemos, al menos en principio, lo que Aristóteles nos explica en su Metafísica: "Decir de lo que es, que no es; o de lo que no es, que es, es falsedad. Decir de lo que es, que es; y de lo que no es, que no es, es verdad."
        Ésa es un base inicial y valiosa, pero genérica y formalista, para analizar los contenidos concretos que nos dé el problema preciso a estudio en relación a la verdad.
        Agrego algo más. La verdad y la falsedad no son absolutas, como no lo son ni el tiempo ni el espacio ni la materia ni los humanos.
        A partir de lo anterior, no ha habido, y no existe, un solo ser humano que no haya dicho mentiras y verdades; pero hay unos muy mentirosos, y otros muy veraces. Los primeros tienen un margen de mentira amplísimo; las verdades de los segundos son cuantiosas.
        También, encontramos gente buena que miente con la sana intención de ayudar a la gente; y visualizamos personas malas que lanzan una verdad para hacer daño a los otros.
        Así, en la Relación de Michoacán observamos que nuestros antepasados sabían que el cazonci, o sea el rey, al designar a los caciques de cada pueblo les imponía con una frase sacramental un deber: "No hagas mal a la gente".
        Todo eso es una parte mínima del tema. La investigadora Sara Sefchovich publicó un aleccionador libro en el 2008 bajo el título País de mentiras, con el plausible ánimo de irlo actualizando en la red.
        Curiosamente los universales afirmativos y paradójicos nos conducen a aporías, y nos pasa lo que a Epiménides, cretense del siglo VI antes de nuestra Era, quien afirmara: "Todos los cretenses son mentirosos" y, siendo él cretense, estaba aseverando una falsedad universal y paradójica.
        La mejor reforma, o revolución, en la que podemos y debemos participar los mexicanos es en reducir considerablemente nuestras mentiras, y en ampliar sólidamente nuestros márgenes de verdad, ante nosotros mismos, en nuestro hogar, la escuela, el trabajo, la calle, en todas partes. Digamos la verdad ante quienes tanto mienten.
        Jamás votemos, nunca apoyemos, a ningún mentiroso, sea rico o pobre, sea de cualquier partido o religión, del nivel educativo que sea, independientemente del sexo o la edad. Decir la verdad, y conducirnos en base en ella, nos hace prosperar a todos.
        Cultura de la verdad seamos todos, permanentemente.