Sentido del rubor
FRENTE AL ELOGIO
EXCESIVO
Los barberos de todos los tiempo y de
todos los lugares sobreviven, tanto los que ejercen su labor honrada y meritoria
recortando barbas ajenas, como los que suelen elogiar, por interés malsano y
desmedido, al poderoso de su mundo.
La labor de los primeros se enlista en
los trabajos honorables; el quehacer de los segundos genera descréditos, aunque
les reditúe a los elogiadores ganancias malhabidas.
Muchos conocemos la fábula de La zorra y
el cuervo; la que por cierto, con ligeros matices diferenciales en título y
desarrollo lingüístico, se atribuye tanto a Esopo, (600 a. de n. e.) a Jean de La
Fontaine, (1621-1695) y Félix María Samaniego. (1745-1801)
De contenido simple, tiene mensaje
aleccionador. El cuervo estaba en la rama de un árbol dispuesto a comerse un
sabroso queso y, abajo, la zorra asusta lo empezó a elogiar. Le dijo que era un
hermosísimo cuervo dotado de un cantar maravilloso, pidiéndole que entonara una
melodía.
Al creerse el cuervo de tan excesivos
elogios, graznó unas primeras notas que le hicieron soltar el queso, el que fue
a dar al hocico de la zorra, diciéndole la engañadora al iluso: "La vanidad
te pierde, y el entendimiento te falta".
Y, además, también perdió el queso, y
con ello le faltó el alimento.
Los humanos sensatos frente a los
elogios excesivos, o a la vista falsos, sienten rubor, sofoco, bochorno.
Quienes tienen un ego demasiado grande, y desproporcionado a su propia
realidad, pierden no sólo el queso, sino el piso, y la visión exacta de las
cosas.
Es común que el poderoso sea objeto de
aplausos, enaltecimientos, glorificaciones y panegíricos; empero, si tiene el
justo valor de sus dimensiones personales, y un poco de humildad, no cae en la
trampa de las porras y de los encomios.
Sin embargo, puede haber poderosos que
organicen y paguen a tropas de alabanceros, con dinero propio o con recursos
del erario, y al final de todo el artificial espectáculo creerse, a su favor,
todas las mentiras productos de su paga.
En la otra punta de este fenómeno social
se ubica el adulador; a veces profesional, o en ocasiones burdo; de ambición
insaciable, o por severa necesidad. En todos los casos reprobable.
Debemos exceptuar, de la especie de
halagadores, a todos aquellos que, sin interés pernicioso, dan estímulo con las
palabras a la gente que requiere de aliento y apoyo, incluyendo a los poderosos
que con sus acciones hacen bien a los demás.
Pero siempre, y en todo caso, el exceso
resulta negativo. Más cuando se trata de las loas y proclamaciones en medios
masivos de comunicación, tan deformados por vender no sólo espacios, sino por
comercializar criterios, sin ton ni son, sin medida, y sin vergüenza.
Cuando no hay lugar a las apologías,
éstas se ven groseras, y el defecto se agranda por el tamaño de los medios
masivos, y por las dimensiones de la paga.