Extinguido el
patriotismo
LA GLOBALIZACIÓN
HACE DE LAS SUYAS
Vivimos en un mundo y en un país
convulsionados. La masividad de los humanos es un efecto de esos trastornos,
pero también es una de sus causas. Todo se retroalimenta y, actualmente, esta
operación se hace con una velocidad tremenda.
De ese descomunal fenómeno nuestra
generación es victimaria, al mismo tiempo que resulta víctima.
Aparece la especie humana, por ello,
como torpe suicida.
Pareciera que todo está listo para
explotar.
Ecológicamente hemos contaminado los
hielos de los polos y de las elevadas montañas; deforestamos los bosques;
envenenamos las aguas de los lagos, arroyos, ríos, mares y océanos; infectamos
nuestros suelos de muy variadas y eficaces maneras; y, a nuestra propia
atmósfera la estamos intoxicando.
Los grados de violencia en el mundo los
hemos elevado en cantidad y calidad; en los hogares, en las escuelas, en las
calles, en las ciudades, en cada país, y entre naciones.
Tenemos emponzoñadas las almas. Los
comerciantes de armas tienen un mercado propicio para amasar grandes fortunas.
El uso de la fuerza despiadada trasuda en los más poderosos medios de
comunicación masiva; hasta los videos y las películas para niños resuman
violencia.
Latente está la guerra en Iraq, Siria,
Ucrania, Palestina, Venezuela, en donde los poderosos del mundo decidan, virtud
a sus intereses, a sus miedos, odios o caprichos.
Pocos países tienen el monopolio de
armas nucleares, pero la fuerza destructiva de esos artefactos terminaría con
la vida en el planeta Tierra.
Todo parece a punto de explotar, y sin
embargo no detona. Algo que detiene el estallido: el temor a la muerte, a esa
eternidad sin esperanza; y el amor a la vida, con su simpleza encantadora.
A partir de ahí todos podemos hacer
cambios: en nuestra persona y en nuestro desarrollo como especie; pasando por
las trasformaciones de nuestros países, en nuestra economía, cultura, política,
educación, religión, y demás fenómenos sociales.
Serían esos cambios verdaderas
revoluciones; revoluciones sin destrucción ni muerte; en base a la inteligencia
humana consciente de su fugacidad, pero firme en su espíritu responsable.
No podemos quedarnos sólo con la
amargura de esperar el advenimiento de esos cambios. Nuestra generación debe
vivir la experiencia de una revolución así.
Apaguemos todas las convulsiones
extinguiendo nuestra masividad. Reduzcamos todo al nivel humano. Dominemos
nuestras velocidades para no provocar más trastornos.
Produzcamos en base a nuestra enraizada
cultura, y a la tecnología, una reforma educativa eficaz y rápida. Cerebros y
manos para producir calidad y abundancia, con una organización que distribuya
equitativamente lo producido.
Mientras los países poderosos no
extingan totalmente su patriotismo, no permitamos que acaben con nuestro
profundo sentido de patria.
No admitamos que la globalización haga
de las suyas, en perjuicio de todos los recursos de México.
Toda trasformación origina cambios, y
todo cambio lastima intereses. Y estos intereses lastimados luchan contra toda
trasformación, salvo cuando observan que la sociedad está unida, dispuesta a arroyar
todo lo que se le oponga.