Injustos con la
Malinche
UNA GRAN SEÑORA
Escuché hablar de la Malinche desde mi
Escuela Primaria Federal Tipo David G. Berlanga. Acaso desde mi tercer año. La maestra
Amparo Cardiel, aún siendo un dechado de dulzura, nos habló, llegado el
momento, de la "traición" a la raza indígena por parte de la
Malinche, también llamada Doña Marina.
La maestra con la ingenuidad de esos
tiempos, y nosotros los educandos con la inocencia de edades tempranas, nos
llenaba de coraje que la Malinche nos hubiera traicionado.
¿Cómo era posible que esa mujer se
hubiese pasado al bando de los españoles conquistadores, sanguinarios y
perversos, asesinos de mexicanos?
A esa edad eran muy precisos y claros
los dos mundos de nuestra corta edad: el mundo de todos los buenos, y el mundo
de todos los malos. Entre los buenos estaban mi madre y mi padre, mis hermanos,
la maestra, y algunas otras personas. Entre los malos se encontraba la sirvienta
que nos platicaba cuentos de muertos y aparecidos, y entre muchos otros, esa
vieja llamada Malinche, provocadora que a Cuauhtémoc le quemaran los pies, y
boca abajo lo colgaran de un árbol como se veía en una estampa de nuestro libro
de Historia Patria.
Y una de las derivaciones de la palabra
Malinche que nos enseñaron a aplicar peyorativamente, a edad temprana, era la
de malinchismo. Ser malinchista era cometer la misma proterva conducta de esa
bruja que andaba pegada y se había entregado a Hernán Cortés, otro ruin sujeto,
matador de inocentes indios.
Con el paso de los años, y el estudio,
he cambiado de opinión sobre esa extraordinaria "mujer" que vivió una
extraordinaria vida, en un extraordinario lugar y conforme a un extraordinario
tiempo.
Por mi perspectiva de siglo XXI ya la
mencioné como una "mujer", pero en realidad para los aztecas y para
los mayas precortesianos no era más que una cosa que se vendía o regalaba para
ser utilizada.
Por ser de origen azteca hablaba el
náhuatl, y lo hablaba bien. Sus ancestros la vendieron como esclava a
comerciantes mayas. De esta suerte ella aprendió con facilidad el maya. Los dos
idiomas y su aguda inteligencia le sirvieron para ser entregada como obsequio,
entre otras muchas cosas, al recién desembarcado conquistador Hernán Cortés.
A su paso por tierras de hegemonía maya,
rumbo a la Gran Tenochtitlán, le dieron noticia a Cortés de que había dos
españoles que desde hacía años vivían entre los pobladores indígenas. Don
Hernán los mandó llamar, pero sólo uno de ellos hizo caso a su llamado:
Gerónimo de Aguilar, quien había aprendido a hablar el maya, y quien aceptó
acompañar como intérprete a Cortés.
Desde ese momento, Gerónimo de Aguilar y
la Malinche fueron auxiliares directos del capitán conquistador. Cortés se
comunicaba con Aguilar en español; éste trasmitía el mensaje a la Malinche en
maya; y, ésta lo trasladaba al náhuatl. Y con los mismos pasos, pero a la
inversa, venía la respuesta del náhuatl al español.