miércoles, 27 de febrero de 2013

Anticiparán el Cónclave SI NO HAY SANTOS, QUE NO HAYA DELINCUENTES

        Para algunos, el alemán Joseph Ratzinger ha sido, como Papa Benedicto XVI, un débil de carácter que no queriendo morir en la raya ha decidido desertar el último día de este febrero, pues conociendo bien y de antemano la tradicional inmundicia existente en el Vaticano aceptó el mandato.
        Según otros, el Papa ahora renunciante ha mostrado un valor inteligente, pues consciente de sus limitadas fuerzas reducidas por una salud cada vez más menguada, opta por decidir en el cónclave su propia sucesión, a favor de un perfil que lleve a cabo el buen propósito por él deseado.
        Ambas posiciones no dejan de reflejar un interés mundano que sólo tiene a Dios como pretexto; y, para el caso, ante una próxima concentración de príncipes de esa iglesia, todos los caminos de la atención mundial van a llevar a Roma.
        Así que el Vaticano ya es el escenario de una lucha por el poder moral o espiritual, pero sobre todo por el poder económico, ya que la hacienda papal no es tomada en cuenta por la revista Forbes, pues sus montos rebasan considerablemente las sumas informadas respecto a los individuos riquillos de nuestro planeta. 
        Obvio que el Vaticano, sin tener los clásicos elementos de un Estado, es más que un Estado. Carece de población y de territorio, siendo su gobierno de tipo espiritual, según su propio derecho; mientras su soberanía es del más allá, conforme a su doctrina.
        Lo anterior según la teoría, pues, en la práctica, la aritmética monetaria los sostiene, los modela y les impone su auténtica existencia.
        Los creyentes comunes se cuentan por cientos de millones, y dentro de ellos existen muchos seres humanos buenos. Todos merecen respeto, y una gran cantidad motiva mi admiración; empero, el mismo Papa Benedito XVI ha denunciado la existencia de perversos alojados en ese poder que él mismo sigue personalizando, aunque su mandato formal se le ha terminado acorde a la literalidad de su renuncia. Nadie olvidará la expresión dolorosa de Ratzinger: “¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia!”
        No faltan quienes creen que el Vaticano se desmorona. Tengo para mí que ni siquiera la cúpula política se verá afectada. Son demasiados los dólares y los euros en juego, por una parte; y los católicos del mundo prosiguen con una estructura que puede y debe aportar infinidad de cosas para la resolución de los graves problemas que aquejan a las poblaciones en donde predominan.
        Incluso, los integrantes de esa religión tienen que resolver cuanto antes el repulsivo y escandaloso problema que han generado los persistentes abusos sexuales de ministros católicos contra los niños que quieren acercarse a Dios, y se topan con delincuentes disfrazados de sacerdotes que sólo saben persignarse la bragueta.
        Ojalá el humo que avise habemus papam no esté contaminado de sexo y economía. Si no hay santos, que no haya delincuentes.